Survival Horror

Survival Horror

miércoles, 14 de diciembre de 2011

5. PSICOLOGÍA EVOLUTIVA

Era imposible conciliar el sueño, cuando parecía que conseguía relajarme en este  taller de humanos, se encendía una nueva sierra mecánica o un nuevo golpeo me sobresaltaba. Horas más tarde, tumbado en mi colchón, me había acostumbrado a los alaridos que seguían a aquellos ruidos, pero al principio podía sentir el dolor de aquellas personas en mis propias carnes. No era un grito fingido como en la tele, era pasional, de dolor pero de miedo por verte desmembrado mientras todavía agitas tu cabeza inútilmente. Aquellos segundos en los que, siguiendo vivo, te das cuenta de que aun siendo inmortal, sin extremidades no servirías para nada. Entonces venían los llantos hasta que se ahogaban en su propia sangre.
            Tortuga parecía tranquilo y despreocupado, sin embargo a mí me venían cientos de preguntas a la cabeza. Sentí la necesidad de moverme, pero no podía hacer nada. Entonces recurrí a ese instinto humano de consolarte en alguien que sabías que estaba tan jodido como tú, una curiosa forma de aceptar la situación. Alegrarse por no ser el único que está jodido.
            -Deberían darme el puto Premio Nobel de la empatía. –Pensé.
-Tortuga, necesito hablar contigo. ¿Cómo puedes estar tumbado en tu cama tan tranquilamente? ¿Es que no te horroriza este lugar?
-¿Me horroriza? –Se preguntó a si mismo con las manos enlazadas, siguiendo tumbado y con los ojos cerrados. –Por supuesto. –Pero a pesar de ello permanecía impasible en su cama.
-¿Y entonces? ¿Por qué estás tan tranquilo?
-Hijo… no sabes cuánto tiempo llevo aquí, todo lo que he llorado y gritado a los enfermeros que me saquen de aquí. Mírame, soy muy mayor, he empleado bien mi vida, ahora ya estoy vacío, lo he dejado todo, no me quedan gritos ni llantos, solo compasión… ¡Auto! Compasión.
-Lo siento mucho Tortuga… -Miré al suelo, comprendiendo su situación, el tiempo que había perdido aquí ese hombre. –Pero yo todavía me resisto a quedarme aquí, necesito saber dónde estamos, saber cómo salir. ¿Es que nadie ha escapado nunca de aquí?
-Por suerte para ti, creo que podré responderte, soy una de las pocas personas aquí que podrán hacerlo. Solo tienes que…
¡Ñiaaaao! ¡Aaaaaagh! Más sierras y alaridos lo interrumpieron. Calló un segundo y luego reanudó su conversación tranquilamente.
-Esperar un minuto y sabrás dónde estás, mientras tanto, es posible que te interese ojear este libro. –Sacó un libro de debajo de su almohada. –Es el único material de lectura que nos dan, habla sobre este lugar.
-Gracias Tortuga. ¿Y qué hay sobre escapar?
-Eso es más difícil, en todo el tiempo que llevo aquí, solo hay una persona que consiguió escapar. Ocurrió recientemente, pero aquí ya es una leyenda. No se cómo lo hizo, pero esa mujer consiguió lo que todos querían y nadie pudo.
-¿Mujer? –Pregunté, era la primera mujer de la que oía hablar en tiempo.
-En efecto, una mujer bastante guapa y joven como tú. Yo apenas coincidí con ella, solo se que iba buscando a alguien. Pero no puedo darte más detalles, no se cómo escapó ni nada más sobre ella.
Podían haber sido miles de chicas diferentes, pero yo solo podía pensar en Sharon. ¿Y si estuviese viva? Acallaba esa vocecita en mi interior que me sugería que las posibilidades de que fuese ella eran más que remotas. Para mí, era Sharon. Y ahora la tenía que encontrar.
Me tumbé de nuevo a ojear aquel libro que me había dado. Era una especie de biografía de alguien, su título era: “Vida y obra del Dr. Steinman”. Justo cuando leí el título, otro alarido pasó casi inadvertido para mí. No le presté atención, pero fue quizás un augurio de lo que me esperaba dentro de ese libro.
Ese tal Steinman… era un loco. Había alcanzado tal locura al convertirse adicto a una droga extraña. Hasta entonces fue un respetadísimo cirujano que acabó creyéndose un artista, y que los cuerpos sobre los que operaba eran los lienzos sobre los cuales desarrollaba sus ideas. No pude evitar fijarme en la evolución de sus comentarios que denotaban una grave locura producida por esa droga a la que él llamaba ADAM, y un tal Ryan, un mentor espiritual que parecía ofrecerle límites más allá de la moral establecida por el ser humano:
1. Ryan y ADAM, ADAM y Ryan. ¿Todos estos años de estudio fui realmente un cirujano hasta que los conocí? Cómo trasteábamos con nuestros bisturís y nuestra moralidad de juguete. ¡Sí! Podíamos eliminar un furúnculo por aquí, reducir una napia por allá, pero... ¿podíamos cambiar algo de verdad? No. Pero el ADAM nos da los medios para ello. Y Ryan nos libera de la falsa ética que nos coartaba. Cambia de aspecto, cambia de sexo, cambia de raza. Es todo tuyo para que lo cambies, y de nadie más.
2. Con las modificaciones genéticas la belleza ya no es una meta, ni siquiera una virtud. Es una obligación moral.
3. ¿Obligamos a los sanos a vivir con los contagiados? ¿Mezclamos al criminal con el respetuoso de la ley? ¿Entonces por qué se permite a los feos socializar con los bellos?
4. ¿Porque tenemos dos ojos? ¿Lo exige alguna ley? Dos brazos, dos piernas, dos orejas, dos pechos...
5. Cuando Picasso se aburrió de pintar a gente empezó a representarlos como cubos y formas abstractas. ¡El mundo lo calificó de genio! He pasado toda mi carrera de cirujano creando todas las mismas formas trilladas una y otra vez: La nariz respingona, el hoyuelo en la barbilla, los grandes pechos... ¿No seria maravilloso poder hacer con un bisturí lo que ese viejo español hizo con un pincel?
¡Clink! Un ruidito sonó por el pasillo, un altavoz carraspeó y saltó una grabación por megafonía: Demos la bienvenida a nuestros nuevos pacientes al Hospital Psiquiátrico Doctor Steinman. Les prometo que pronto alcanzarán la felicidad.
-¡Tortuga! –Grité. –¿Es el Doctor Steinman el que habla por megafonía?
-Jajaja, estaba intrigado. Me preguntaba cuánto tardarías en hacerme esa pregunta. Por suerte para todos nosotros, la respuesta es no. Pero por desgracia, el director de este hospital es alguien tan loco como él. Un fanático de su ideología, un seguidor fiel de Steinman, como ya habrás podido comprobar. Es psicólogo, o al menos lo era… Se llama Jack Lobineau, y se dedica a moldear mentes sin reparar en los daños, buscando solo su progresión profesional. Intenta acercarse lo más posible a su ídolo, siendo, hasta ahora, un esfuerzo en vano. Lo único que ha conseguido ha sido lobotomizar a cientos de humanos, dejándoles como ovejas sin pastor en una habitación. Babeando como capullos que no saben adonde van.
-Vaya… eso es, como poco, espeluznante. Pues no pienso dejarle mi cerebro para que lo moldee, pienso salir de aquí. Voy a liar una buena hasta que me saquen o partiré estos barrotes a mordiscos si hace falta. Pero saldré de aquí, como sea… tengo que encontrar a aquella chica. No la pienso dejar escapar.
-Veo que andas buscando a esa chica, ¿eh? ¿Quién soy yo para negarme a prestar ayuda? Tampoco puedo contarte mucho, pero te ayudaré. Si gritas, solo puedes conseguir dos cosas, una es que nadie te haga caso, y otra es que cabrees a los enfermeros y seas el primero en: ¡Dios mío! Me falta un brazo y no puedo andar derecho porque no siento las piernas, ¡ups! También me falta un trozo de cerebro, ¿Puede que eso tenga algo que ver? Oh mierda, soy un capullo baboso. –Todo eso lo dijo con un tono burlesco, haciéndose el cojo y manco, entendí que imitaba a uno de los pacientes, digamos… ejecutados. –Tú ya me entiendes, ¿Verdad amigo?
-Sí… supongo…
-Con un poco de suerte te ocurrirá lo segundo y no tendrás que aguantar aquí tanto tiempo como yo. Por cierto, lo dudo mucho, pero si consiguieses escapar, busca un pabellón que tiene como nombre “Granja”. Ahí hay un túnel secreto hacia la salida.
-Muchas gracias, Tortuga. Cuando salga, pienso volver a sacarte de aquí.
-Bah, solo espero no tener que moverme mucho, ya no estoy para muchos trotes, pero gracias. –Me guiñó el ojo, y luego lo posó sobre mi pierna. -¿Qué es eso? ¿Qué te ocurre en la pierna, chico?
-No lo se, me pica mucho últimamente y me han salido estos… ¡Joder! ¿Qué pasa?
Los bultitos que tenía en la pierna empezaban a moverse espasmódicamente, empezaba a ser algo preocupante.
-Chico ¿Dónde has estado últimamente?
-No lo se, ahí fuera está todo sumido en oscuridad y lleno de criaturas.
-Reptantes… Es un momento jodido para tenerlos.
-¿Qué? ¿Quieres decir que eso son huevos de reptantes?
-Sí chico, créeme, sé lo que me digo. ¿Te han mordido últimamente?
-Lo cierto es que sí, hace un tiempo ya. ¿Crees que serán huevos? ¿Tengo crías de esa mierda dentro de mí?
-Apostaría mi viejo brazo a que sí. Te voy a dar un consejo, chico. Cuando salgas de aquí, córtate con un cuchillo o algo, sácatelos. Sé que será feo y doloroso, pero lo sería más tener que cortarte la pierna. Mira:
Tortuga enseñó su brazo, concretamente una cicatriz.
-Yo también tuve esas malditas lombrices, pero como ves, mi piel no es tan joven y flexible como la tuya. Ya sabes qué hacer. Ahora, márchate antes de que sea demasiado tarde.
-Lo intentaré Tortuga, muchas gracias por todo.
Pasé horas sentado en el suelo, cogido a los barrotes, sabiendo a lo que me enfrentaba. Podía haber sido alguien con sangre fría, mantenerme sereno y controlar la situación. Pero ése era Meatball, yo era un histérico descontrolado. Me arriesgaba a que me chupasen el cerebro, a ser un conejillo de indias más de entre los centenares que Lobineau creaba.
Estaba nervioso, tanto que quería vomitar, eso me daba mucho más miedo que la muerte. ¿Qué pensaría Sharon si me viese en aquel estado? Ya no me querría, estaba convencido de ello. No me quedaría nada por lo que vivir, y por mi falta de capacidad de raciocinio, me vería obligado a hacerlo.
Miré a mi alrededor, las paredes estaban salpicadas por la sangre de los pacientes. Me pregunté por qué el suelo solo tenía una ancha línea central de sangre, y entonces un grito me resolvió la duda.
Dos enfermeros arrastraban por los brazos a alguien, estaba desnudo y llorando, gritando como un cerdo el día de la matanza. Tenía el cuerpo lleno de cortes, no tenía pelo, estaba completamente desfigurado. Su piel se caía a pedazos y sus huesos crujían.
-¡Eh! Vosotros dos, capullos. –Grité a los enfermeros. Pude advertir que la voz me temblaba, así que la aclaré antes de continuar. -¿Vuestra madre debía de ser una zorra verdad? Porque me dijo que sus hijos eran unos desgraciados.
Escuché a Tortuga reírse detrás de mí. Me giré para verlo y cubrió la cabeza con su sábana, no quería saber nada.
Los enfermeros se detuvieron en la celda de enfrente, la abrieron y arrojaron al cuerpo que arrastraban, todavía desangrándose y gimiendo de dolor, con los huesos completamente rotos, casi sin forma alguna. Era como una pasta amorfa tirada en el suelo.
-Eso es, pasad de mí, porque si me hacéis caso os mataré. Sois unos gordos de mierda, estoy convencido de que la tenéis tan pequeña que ni siquiera os la podéis ver. ¿Eh? ¿Tengo razón? Sois tan inútiles que se os escapa una chica.
-Eso fue algo que pareció llamarles la atención. Los dos se detuvieron y me miraron fijamente con sus ojos inexpresivos. Eran como enfermeros zombies con un delantal de carnicero. Increíblemente corpulentos y parecidos unos a otros. Llevaban puesta una mascarilla todo el tiempo ocultando la mayor parte de su cara.
Oí cómo uno de ellos emitía un sonido más propio de un borrego enfermo y deprimido. Yo continué, les había tocado la fibra.
-Menos mal que lleváis mascarilla, porque estoy seguro que sois tan feos que la chica se escapó para no tener que veros. A mí no se me habría escapado, la conozco, porque soy una persona normal, no como vosotros, estúpidos seres andrajosos.
Se acercaron y sacaron un llavero con un número incontable de llaves, parecía que iban a abrir, aunque seguramente fuese solo para apalearme. Mientras un enfermero abría el cerrojo, el otro acercaba una camilla y yo empezaba a temblar, me callé inmediatamente, no porque no quisiese seguir, sino porque el miedo me impedía articular una palabra más. Empezaba a arrepentirme, y decir cualquier cosa temblorosa y aparentar ser estúpido no iba a mejorar nada. Así que callé.
La puerta se abrió y su poderosa mano cayó sobre mi hombro y me apretó con fuerza. Pronto sentí un dolor insufrible y me vi arrodillado para soportarlo mejor hasta encontrarme completamente reducido en el suelo, y todo con una sola mano. Fui sacudido y tumbado en la camilla. Ahí fui atado fuertemente y aquellos enfermeros me llevaron con ellos.
Por el camino pensé en qué estaría pensando Tortuga al verme atado así. Probablemente pensara: Pobre crío, ya la ha cagado. Y probablemente tuviese razón.
Miraba todo lo que sucedía a mi alrededor, más celdas con gente encerrada, pequeños quirófanos con enfermeros de prácticas, gritos y herramientas oxidadas. La sangre era un tema común en cada uno de esos lugares. Ahora con mucho más miedo pregunté:
-¿Adonde me lleváis? ¿Qué vais a hacer conmigo? Decidme algo. No me cortéis como a los demás.
Para la gente de las celdas, yo era uno más de los elegidos para ser lobotomizado. El ya clásico hombre desesperado que lanza preguntas en vano a los enfermeros, sabiendo que no lo iban a soltar. Habrían visto pasar antes a muchos como yo, pero desde aquí se veía de otra forma. Solo entonces me di cuenta de lo poco que me preocupaba la gente que, como yo, atravesaba el pasillo camino de su peor pesadilla.
Entonces escuché su voz una vez más:
-¡Cojones! ¿Eres tú, Cojones?
-¡Meatball! Te encontré, por fin. Diles a estos que paren, ayúdame Meatball. ¡Ayúdame! –Grité.
Cuando me quise dar cuenta, sentí que nada me importaban las apariencias, lo dije llorando porque así me lo pedía el cuerpo, y eso era lo único que importaba.
-Tranquilo Cojones, te ayudaré, todavía no se cómo. Pero te sacaré de ahí. –Me gritaba desde lo lejos, los enfermeros no se detuvieron, y ya desde una distancia considerable escuché. –Siento haberte dejado solo en el bosque, no tuve elección. Lo siento mucho amigo, siento haberte fallado.
Entonces alguien pareció golpearlo para que callase, y lo consiguió. Los enfermeros me llevaron hasta una sala diferente a las demás, bastante ancha y con un proyector delante de mí. Los enfermeros me dejaron en mitad de la sala y desaparecieron, el proyector se encendió y empecé a ver un video explicativo.
En él, aparecía un hombre con bigote sentado en una butaca, fumando una pipa. Hablaba con una tranquilidad que aparentaba no ser tan loco como realmente estaba. A su lado había uno de los gigantescos enfermeros, encorvado sobre sí mismo, con los brazos caídos y mirada perdida. Tras dar unas caladas, el hombre se levantó y empezó a hablar con emoción, como si creyese profundamente en aquello que cuenta y quisiese convencerme, como la demostración de un experimentado ponente en una conferencia:
-La belleza ya no es una meta, ni siquiera una virtud. Es más bien… una obligación moral. Una… maldita obligación… -Se recreó con esas palabras como si le recordasen cosas horribles, parecían sentarle mal. –Eso dijo el Doctor Steinman, y yo, Jack Lobineau, Psicoterapeuta en el HPDS (Hospital Psiquiátrico Doctor Steinman) solo soy uno de sus fieles seguidores. Cuánta razón tenía ese humilde cirujano plástico. Un día me dije a mí mismo, sería un ser humano terrible si no contribuyo a la gran obra que Steinman inició: la psiquiatría. Mi disciplina me da la oportunidad de buscar la evolución de las personas a otro nivel superior, como Steinman hizo. Tengo la oportunidad de que un peldaño de la evolución lleve mi nombre inscrito en él para toda la eternidad.
Jack Lobineau… Sería maravillosamente duradero. Jack Lobineau, el psicoterapeuta más grande de todos los tiempos.
Me pregunté, ¿Cómo podría ayudar yo, desde mi campo, a esta evolución? Steinman hizo que la belleza fuese una obligación, yo haré lo mismo de la felicidad. Crearé mentes felices para todo el mundo, habrá algunos fallos por el camino, nadie es perfecto, pero serán valientes héroes sacrificados en nombre de la evolución.
¿Por qué está usted aquí? Se preguntará. Bien, si ha sido llevado a esta sala especial de operaciones, solo puede indicar una cosa: mal comportamiento. Si usted se niega a colaborar con los enfermeros, entiendo que no desea usted ser feliz. Y ahora la felicidad es un estado obligatorio, de modo que no veo más remedio que castigarle severamente. –Dio unas caladas a su pipa antes de continuar. –Quiero que sepa usted que va a sufrir mucho, dolor, tristeza, nostalgia, todo. Añorará ciertas partes de su cuerpo que le serán amputadas, incluso de su cerebro. De hecho, usted esta viendo este vídeo para ser consciente de todo ello.
Debido a su mal comportamiento, se le administrará una ligera dosis de anestesia para reducirlo y entonces mis fieles enfermeros empezarán tranquilamente su trabajo de la forma que puede apreciar en este video.
El resto del video fue una horrible demostración de lo que me esperaba, realizada con un sujeto vivo. Vi como solo le administraban la anestesia necesaria para atontarlo y que continuase consciente mientras le cortaban. Extrajeron su pene, rompieron sus extremidades, algunas se las amputaron… dejaron agujas pinchando sus retinas. Pero esto era solo una parte de todo lo que le ocurrió luego. Y ahora era mi turno.
Los enfermeros acercaron una mascarilla a mi cara. Intenté resistirme, pero de nada servía, estaba bien atado y a los enfermeros no les importaba lo que gritase, no podía hacer nada. Traté de no respirar bajo aquella mascarilla. Me puse colorado, sentí mi cabeza palpitar hasta que, obligado por mi organismo, inhalé una enorme bocanada de aire, intentando recuperar todo lo que no había respirado segundos antes.
Cuando me quise dar cuenta de lo que acababa de ocurrir mi, cabeza ya daba vueltas. Cada sonido tenía un eco estremecedor, potente y duradero. Una voz fuerte sonó, su mensaje me fue indescifrable. Seguidamente una herramienta quirúrgica cayó al suelo. Giré mi cabeza para intentar ver algo, pero mi cuello no daba más de sí, así que intenté girar mi cuerpo dentro de aquellas ataduras que me mantenían unido a la camilla.
La camilla cayó al suelo de lado por mis movimientos, el ruido estuvo a punto hacer estallar mi cabeza. No pretendía aquello, pero había volcado la camilla, y poco a poco, fui notando que me había golpeado la cabeza en la caída. Tardé mucho en descubrir que aquella substancia de sensación cálida que corría por mi cabeza, no era otra cosa que sangre.
A pesar de la anestesia empecé a sentirme nervioso, tenía ansiedad. Mi respiración se aceleraba. Imaginé cómo sería un cardiograma conectado a mí: los pitidos estarían acelerando a un ritmo alarmante. Sabía que algo malo me pasaba, pero estaba solo tirado en el suelo, atado a una camilla mientras me agitaba violentamente.
Finalmente, todo se volvió oscuro. Era el momento en el que el pitido dejaba de ser intermitente y dibujaba una línea recta en el cardiograma. No más sacudidas en la camilla, no más miedo ni preocupación, todo acabó tajantemente. Y sin saber muy bien por qué ni qué significaba realmente, recordé unas palabras en verso pronunciadas por una voz femenina, dulce y suave como deberían sonar las campanas del cielo:
“Say tomorrow, I can follow you there. Just close your eyes and sing for me. I will hear you, always near you and I’ll give you the words, just sing for me.”

lunes, 12 de diciembre de 2011

Survival Horror vuelve este Miércoles.

Como lo leeis. Tras un agradable y largo paroncito, Survival Horror volverá este Miércoles con las pilas cargadas, con más sorpresas y situaciones insostenibles que nunca. Sensaciones a flor de piel, nuevos personajes y peligros dementes se auguran en los próximos capítulos, no os los perdais, superarán lo presente.
Un saludo a todos.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

CERRADO POR PUENTE

Debido al famoso puente de Diciembre, esta semana no habrá nuevo capítulo de Survival Horror. Por falta de tiempo mío para escribirlo, y probablemente también falta de tiempo vuestro para leerlo. De todas formas, me complace informar que ya está todo preparado para la semana que viene. De esta forma aprovecho también para deciros que he puesto publicidad en la página, para los que no se hayan dado cuenta, que podeis entrar y ojearla cuando querais.
Se que muchos aun no habéis terminado los cuatros primeros capítulos, así que es un buen momento para no seguir avasallando con más capítulos nuevos y daros una semanita de respiro para que os pongáis al día. Gracias por la comprensión y pronto estaremos viendo cómo Cojones y Meatball las pasan putas.
Un saludo.
Alberto.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

4. ABANDONADO POR UN ABRAZO


-¡Coff coff! Espero ¡Coff! Que después de llevarnos hasta aquí. ¡Coff! Al menos hayas cogido algún recuerdo. ¡Coff!
Desgraciadamente sí lo había hecho. ¿Qué había cogido? No estaría bien decirlo ahora, lo cierto es que había cogido algo, pero no podía imaginar cuan importante y determinante eso podía llegar a ser en un futuro.
Hasta pasado mucho tiempo no descubrí todo lo que había cogido, por eso hablar de ello ahora no sería apropiado. Es increíble cómo el cambio que ha sumergido el mundo en la devastación otorgaba tanto poder a algunas cosas… algunas cosas que antes no podía ni haber imaginado el importante papel que ahora jugarían.
He de admitir una cosa, hasta ahora nunca antes había estado cubierto de sangre, y mucho menos podía esperar que fuese de un monstruo gigante con forma de casa. Pero solo entonces supe lo incómodo que era. Hubiese matado por librarme de aquella mierda resbaladiza, y algo me hacía pensar que Meatball también.
-Maldita sea tío. Tenemos que hacer algo… ¡Tenemos que hacer algo! Así no podemos seguir, hace demasiado frío para ir mojados. –Dijo todavía revolviéndose por los suelos.
-Lo sé, lo estoy notando. –Me incorporé y noté la brisa magnificada sobre mi mojada piel.
Los pelos se me erizaban y empezaba a temblar. Meatball también se levantó abrazándose a sí mismo, lanzando vaho a discreción. Estaba irreconocible bajo esa rojiza capa, con el pelo aplastado.
-Aquí arriba el viento es mucho más fuerte, deberíamos bajar y buscar un lugar de refugio donde descansar y lavarnos. Esto puede ser peligroso.
-Estoy de acuerdo. Vámonos. -Gritó Meatball, gritaba porque el viento se tornaba poderoso, levantaba un mechón de pelo en su coronilla y le obligaba a gritar para hacerse oír por encima de él. –El viento está aumentando, debemos darnos prisa.
La casa de Sharon estaba en lo alto de una colina, y por eso el viento era más fuerte ahí. Incluso su jardín tenía una estructura descendente. El césped estaba muy alto y descuidado, a un lado había un árbol que antiguamente ocultaba una caseta. Cerca había un cajón de arena, la cual tenía un color casi negro; y más adelante un triciclo que el viento sacudía, pero permanecía empotrado contra una reja de hierro.
Tuve un flash, por un instante pude ver aquel triciclo meses atrás. Era un recuerdo, sé que alguien lo montaba, un niño pequeño, pero no lo recuerdo con claridad. Había algo de familiar para mí en ese triciclo que no era capaz de descifrar.
Continuamos andando, hacia la salida del jardín, la puerta de hierro que lo delimitaba chirrió otra vez y la atravesamos. El viento golpeaba con violencia, en el peor momento, cuando más húmedos estábamos y entonces… arrancó el suelo, que empezó a flotar por el aire, como si fuesen finas y ligeras cenizas que flotaban agitados por la tormenta, como una flor de millones de pétalos que el viento hacía volar por los aires.
Ambos nos quedamos boquiabiertos al ver como el mundo se desvanecía hecho cenizas. Bajo él había quedado un nuevo terreno, la carretera estaba ennegrecida, parecía que la vitalidad que quedaba en el mundo se esfumaba poco a poco. Las cenizas se fusionaron en el aire, pasaron a ser parte del ambiente, que ahora, era todavía más oscuro y frío que antes. Ya no soplaba el viento cómo hacía hace un minuto, pero sentía que todo aquel frío estaba plasmado en cada pedazo de ceniza que ahora no era más que oscuridad. Una oscuridad que nos estrangulaba tan sutilmente que creíamos que nos abrazaba.
-Cojones, esto me da muy mala espina, si esto sigue así, pronto no podremos ver nada. No estaremos a salvo en ningún lado. Y no me gusta nada respirar esta cosa… huele a humedad.
-Ya lo veo…
Era deprimente ver cómo te acercabas lentamente a algo que no podías evitar, lo más próximo a ser enterrado vivo.
Pese a ello, nos dimos prisa en continuar hacia abajo. Sharon vivía en una urbanización, y nos dirigíamos al pueblo que había bajo la colina. Ya divisábamos los primeros edificios cuando Meatball se detuvo.
-Tío, aquí está ocurriendo algo, tengo un mal presentimiento. ¿No notas nada?
-Lo cierto es que me pica la pierna más que de costumbre, pero a parte de eso… nada. –Aproveché para agacharme y rascarme una vez más. Comenzaban a aparecer unos pequeños bultitos, indicadores de que algo me había picado, pero no le di demasiada importancia.
Más adelante, en el primer cruce del pueblo que había enfrente se derrumbó la carretera. Varios metros cuadrados de suelo se hundieron, y del fondo surgía una luz amarillenta. De pronto, una mano tan grande como dos de Meatball juntas se apoyó en un borde. Ambos nos miramos, y parecía ser que los dos sabíamos qué estaba pasando. Teníamos que correr, apartarnos de ahí antes de que saliera. No tuvimos más remedio que escondernos en el bosque.
-¿Lo habías visto antes alguna vez? –Le pregunté a Meatball.
-Ya hablamos de ello cuando nos conocimos… Te dije que albergaba la esperanza de que solo me lo hubiese imaginado, pero está claro que no fue así.
Observábamos entre los árboles cómo aquella cosa salía del inframundo. Con su otra mano arrastraba un cadáver, sin ni siquiera prestarle atención, como si fuese un simple complemento más de su vestuario. Era enorme y horripilante. Había visto cosas tan terribles que no podía dejar de verlas, pero lo cierto es que a esto no conseguía mantenerle la mirada mucho más de cinco segundos.
Por el agujero escapaban sonidos, ahí abajo se escuchaban golpes de hierros, y parecía estar todo al rojo vivo. El eco de algunos gritos y lamentos parecía escapar desde lo más profundo, como almas en pena que tan solo podían acercar su voz al exterior.
-Vámonos de aquí tío. –Sugirió Meatball. –No quiero volver a entrar a este pueblo nunca más.
-No te lo voy a discutir, amigo. Espero que esta cosa permanezca aquí cuando nosotros estemos en el Este del país.
Sin más opciones, tuvimos que entrar al bosque, ni tan solo un tipo duro como Meatball se avergonzaba de tener miedo de aquello.
El bosque era como una caverna, podía no tener salida. Su aspecto era agobiante: Los árboles lucían un techo uniforme de hojas, mientras que sus partes más bajas eran ramas secas como garras afiladas amenazantes. Era difícil andar, la oscuridad era densa y la sangre se secaba sobre nosotros hasta tirarnos de la piel.
El frío era penetrante, era una característica de la oscuridad, yo la respiraba y ella estaba fría; me abrazaba y yo la sentía fría… Tanto que me pareció que empezaba a nevar.
-Está nevando, Meatball. ¿Qué vamos a hacer? No podemos quedarnos a la intemperie.
-Es cierto que hace mucho frío, pero yo no estaría seguro de que esto sea nieve… es polvoriento, no se qué es, pero no es frío.
Algo extraño caía de los cielos, llegando a lo más profundo de este laberíntico bosque. Tenía la sensación de ser observado en todo momento, pero me conformaba con no ser atacado, juraría haber visto cosas moverse tras los arbustos, pero prefería ignorarlo en un vago esfuerzo por creer que estábamos solos.
Entonces, un grito aterrador de grave tonalidad provino desde el pueblo, los árboles se agitaron consecuentemente en la dirección opuesta, y cuando me di cuenta, estaba abrazando a Meatball.
-Lo que daría por no haber escuchado eso… lo que daría… -Confesé a Meatball.
-Tengo que pararme un momento. Lo siento, esto está superándome, necesito hacer de vientre, si no… otro grito así y no necesitaré bajarme los pantalones para hacerlo. Aguántame la chaqueta, por favor.
Meatball se alejó unos metros y se escondió tras unos arbustos. Yo sujetaba su ropa mientras sufría un largo silencio de espera hasta que…
-¡Cojones!
-¿Qué pasa?
-Nada… solo estaba maldiciendo. ¿Por qué ha de ser blanda justo cuando más prisa tienes? Voy a coger una hoja y lo arreglaré como pueda.
Cuando me di cuenta, estaba apoyado en un árbol, sus ramas pasaban pegadas a mi cuerpo. Quise moverme, pero las ramas me estaban aferrando, me di cuenta de que no me podía mover. Tenía los brazos cruzados sujetando la chaqueta de Meatball, y como en una camisa de fuerza, no podía moverlos.
-Meatball, tío. Ayúdame, creo que este árbol me ha hecho prisionero.
-Dame un segundo, si te muerde avísame.
Entonces empezaron a escucharse gruñidos a escasos metros por mi retaguardia, y algún ladrido sobrecogedor. Si era un perro, tenía una voz desgarrada por completo, pero firme.
-¡Meatball! Tienes que ayudarme ya. No hay tiempo.
-Ya lo oigo, voy. –Salió de detrás del arbusto, todavía subiéndose los pantalones.
Con una prisa más que considerable, se acercó a mí, agarró las ramas que me sujetaban e intentó tirar de ellas. Pero era imposible, no cederían. Sin embargo los perros estaban mucho más cerca.
-¡Sácame de aquí, tío! ¿A qué esperas? Venga vamos ¡Hazlo!
-No puedo tío. Aguanta, voy a patear las ramas. –Meatball tenía miedo, debía ver el pánico en mis ojos, pues yo ya mi imaginaba a mí en el futuro: un esqueleto enganchado a las ramas de un árbol que sirvió de banquete a unos perros monstruosos.
¡Blam! –Otra vez. –Gritó Meatball. ¡Blam! –Esto no está funcionando, Cojones. Una vez más. -¡Blam! –Maldita sea, no sé qué hacer ya. –Gritaba.
-Haz lo que sea, Meatball, ¡Lo que sea! Pero no me dejes aquí. Por favor tío, por favor… -Me aferraba a mis últimas esperanzas, suplicar, como si eso fuese a salvarme…
Los perros ya llegaban, era ahora o nunca, y Meatball no había dado con la forma de sacarme:
-Lo siento tío… lo siento mucho. ¡Lo juro, joder! Pero no he podido hacer nada, ¿Lo has visto, verdad? No he podido hacer nada, maldita sea.
-Sácame Meatball, no me abandones. No me dejes morir. ¡Me matarán! ¡Me van a matar!
-Prometo volver a por ti, ¿De acuerdo? –Dijo con afecto, sonando arrepentido por algo que aun no había hecho. –Prometo que volveré, amigo mío.
Meatball corrió, se alejó en la oscuridad en la misma dirección en la que andábamos antes, y yo me quedé ahí, atrapado por un árbol, con los brazos cruzados y la chaqueta de Meatball entre ellos. Gritando como un niño desamparado.
-¡Vuelve aquí, hijo de puta! No me dejes, eres un cabrón, mal nacido. Te encontraré y te mataré. Juro que te mataré. ¡Me resucitaré en forma de una de estas mierdas y te rajaré desde el culo hasta la boca! –Gritaba despechado.
Pero Meatball ya no podía volver, algunos perros lo perseguían, eran monstruosamente enormes y corpulentos, desde aquí apenas pude verlos, pero parecían jorobados y deformados por mutaciones espantosas. Mientras tanto, yo yacía de pie, llorando desconsolado. Pero hallaría consuelo en aquello que me unía al árbol, esa parte de mí que quería que siguiese ahí hasta ser sacrificado.
Cerré los ojos, los apreté como si quisiese exprimir mis lágrimas, hasta que todo se volvió blanco y puro.
-Sharon, allá voy, mi amor. –Susurré mientras sofocaba mis lágrimas. Mi voz rebotaba en mi cabeza una y otra vez. –Allá voy, cariño mío…
Entonces, cerca de mí escuché su voz, me cantaba al oído, de forma suave, bajito, de una forma muy sensual, celestialmente irresistible.
-¿Te acuerdas? Es nuestra canción. –Continuó cantando. –Vente conmigo, cantaremos juntos para siempre.
-Sharon… siento mucho no haberte protegido. Te fallé, pero todo es tan extraño ahora… No sé ni qué hago en este mundo, mi único amigo me ha abandonado. Y yo quiero reunirme contigo, pero no en el más allá, quiero vivir, Sharon… quiero sentir, rozarte, escucharte… pero vivir… -Agaché mi cabeza, asimilaba que ganaba a Sharon, pero perdía muchas más cosas.
-¿Vivir? Eso ya es cosa del pasado, ahora ya no puedes hacer eso, es tiempo para nosotros. De ti y de mí, solos… para siempre. –Me abrazaba.
Yo intenté sonreír, asentir y hacer ver que me alegraba, pero en mi interior no era así. Mi cabeza solo podía pensar: Meatball, ¿Por qué me has abandonado?
Empecé a sentir rabia, a desear el mal, Sharon notó un cambio en mí.
-¿Qué te pasa? ¿Es que no te gusta lo que te ofrezco?
-¡Aparta de mí, maldita puta! –No se ni por qué grité eso. Pero la cuestión es que algo me pedía que lo hiciese, las ganas de vivir, supongo, la necesidad de culpar a alguien por todo.
Sharon se apartó de mí entristecida. Dejó de abrazarme y me miró con el ceño fruncido.
-Igualmente morirás, y te pudrirás solo, hecho pedazos en el infierno. Tú y tu maldito amigo, ése que te abandona cuando las cosas se tuercen.
Se alejó. Su cara se volvió oscura, se inundaba de ira. De su piel salieron cortes de la nada y comenzó a supurar sangre, cada vez más hasta desaparecer.
Estaba de vuelta en el regazo de aquel árbol. Sharon ya no me abrazaba, y el árbol tampoco. Entonces extraje una rebuscada conclusión, pero no era el momento de discutir sobre ella, estaba libre. Libre pero amenazado por dos perros deformados. Uno de ellos tenía un colmillo que atravesaba su propia mandíbula, increíblemente mayor que el resto de dientes. Eran unos absolutos deformes.
Uno de ellos saltó ferozmente hacia mí, yo me pude apartar torpemente, tropezando casi por fortuna con una gigantesca raíz. Caí al suelo, me arrastré a toda prisa hasta ponerme de pie. Aquellas bestias me perseguían mientras yo corría tanto como podía.
-¡Meatball! –Grité, fundiendo mi voz con los rugidos. Fue inútil, nadie contestaba.
Giré mi cabeza para ver a mis perseguidores, los tenía encima. Incluso pude ver el camino de babas que dejaban a sus paso. Yo les hacía salivar, pero era algo tremendamente exagerado. Sentía la calidez de sus alientos en mi retaguardia, aquel hedor putrefacto tan característico de las criaturas… Me había liberado del árbol, pero empezaba a entender que no tenía escapatoria, y posiblemente Meatball tampoco la tuvo.
Vi como uno se lanzaba a por mí, yo intenté saltar para esquivarlo, con la suerte, nuevamente, de que mi pie cayese sobre su cabeza. Me apoyé con fuerza para dañarlo lo máximo posible y pivoté con todas mis fuerzas para intentar patear al otro perro. Mi tibia impactó en su deformado hocico. Incluso rompí aquel diente gigantesco que sobresalía de su mandíbula.
Había ganado apenas unos segundos, debía correr. Cuando lo hice descubrí que mi espinilla pendía de un hilo, el golpe había sido doloroso para ambos, casi no podía apoyar esa pierna, y ni mucho menos volver a ser rápido. No había ganado nada de tiempo, solo un problema más.
Los perros no tardaron en incorporarse, y yo me acerqué corriendo a una valla pequeña, demasiado como para poder impedir su avance. Corrí hasta ella, apoyé mis manos sobre ella y salté elegantemente al otro lado. Miré atrás y parecía que los perros no se atreviesen a entrar, se quedaron en el perímetro de la verja, ladrando como unos hijos de perra. Pero yo no dejé de correr, el terreno se había vuelto ahora fangoso y resbaladizo. No dejé de correr, no hasta que pisé algo que se hundió, algo como hojas secas mezcladas con el barro. Me quedé enganchado, escuchando los ladridos a lo lejos. Ahora me pude dar cuenta de cuánto me dolía la tibia.
Miré a mi alrededor por primera vez. Acababa de entrar en un cementerio, descubrí sorprendido. Mi pie se acababa de hundir en una tumba. Mi mente pensó rápidamente en todo lo que le podía pasar a mi pie ahí abajo, siendo consciente de la situación en la que se hallaba el mundo. Saqué el pie de ahí como si fuese lo último que haría en mi vida, alarmado por la cantidad de ideas que me generaba.
Al fin, los perros parecieron marcharse. Debía hallarme en el cementerio del pueblo, lo cual me asustaba, aquella cosa que vimos a la entrada del pueblo podía estar cerca.
Todo se volvía muy tranquilo. Soplaba la brisa, menos molesta ahora con la sangre seca. Recuerdo que junto a Meatball planeábamos buscar un lugar donde descansar y lavarnos, pero ahora estaba solo. Quizás a esa lista de tareas debería añadir: “Intentar buscar a Meatball”. Juntos tendríamos muchas más posibilidades de sobrevivir.
Anduve por el cementerio, soltando vaho, temblando, incluso con la chaqueta de Meatball puesta, que me sobraba por todos lados, pero eso no importaba. Me llamaba la atención una especie de cuchicheos que se escuchaban a lo largo de todo el cementerio. Parecía gente hablando, pero de una forma mística, como si fuese una reunión sectaria en la que oraban y conjuraban hechizos mediante susurros.
Ese sonido me condujo hasta el suelo, me agaché intrigado al lado de una lápida, aparté unas pocas hojas y pude ver gente, no se si viva o muerta, pero parecían temblar, como si estuviesen en trance, agitándose como en un ataque epiléptico, pero más sutilmente. Me puse a remover más tumbas, impresionado por la situación, todas estaban igual, rellenas de alguien que parecía soñar muy poderosamente. Intenté despertar a alguien, pero descubrí que era imposible.
Finalmente, encontré dos tumbas más, una de ellas parecía abierta, me acerqué a ver qué ponía. “Cojones” Eso era lo que ponía, no me lo podía creer, mi corazón saltó, golpeaba mi pecho hasta hacerme creer que haría un agujero para escapar. Entonces oí un crujido de hojas secas detrás de mí. Me giré rápidamente.
¡Clonc! Recibí un golpe fortísimo en la cabeza y caí de espaldas en la tumba. Aturdido me retorcía de dolor en lo más profundo de mi propia tumba, una silueta oscura que se bamboleaba, apenas pude verla, mi vista se emborronaba. Recuerdo que me llevé la mano a la cabeza intentando mitigar el dolor y dije:
-Pero qué cojones…
Segundos después perdí el conocimiento.
-¡Meatball! –Me desperté gritando su nombre, no sé muy bien por qué. Esperaba levantarme en el cementerio, pero nada más lejos. Avanzaba mientras permanecía tumbado, alguien me arrastraba en camilla. Veía el techo del pasillo por el que se me conducía, era de azulejos blancos, muy sucios y rotos en su mayoría. El pasillo tenía luces, había electricidad, y fue lo primero que me llamó la atención.
¡Aaagh! Gritos espantosos provenían de todos los lados, se sucedían uno tras otro sin dejarme tiempo a asimilarlos. Intenté moverme, pero estaba amarrado a la camilla.
A mi alrededor, esto parecía un hospital devastado, pude ver dentro de una habitación, la que parecía un quirófano. Estaban las paredes llenas de sangre, se escuchó el sonido de una sierra eléctrica en marcha machacar un cuerpo, y posteriormente un grito que acabó ahogado en lo que parecía su propia sangre.
-¿Qué era eso? –Pregunté alarmado. –Contestadme, ¿Qué era eso? ¿Adonde me lleváis? ¿Dónde estoy? ¡Joder, contestadme, maldita sea! Para esto, detente. ¡No!
Me revolvía en la camilla, pero no podía soltarme, estaba bien aferrado por correas de cuero rugosas. Miré arriba, y pude ver el rostro destrozado de un enfermero que empujaba mi camilla, parcialmente tapado por una máscara y un gorro de médico. Vi sus manos cubiertas por guantes de látex.
Todo aquello se salía del contexto por completo, y nadie me contestaba, solo obtenía más gritos y sonidos de herramientas usados en personas, el brotar de la sangre, los lamentos de los pacientes de este hospital enfermo…
No encontraba ninguna respuesta. ¿Cómo había llegado hasta aquí? No podía saberlo. Aprecié que mi cuerpo estaba sondado, salían tubos de mis brazos, pero antes de poder fijarme mejor, se abrió una celda, me liberaron de la camilla y me lanzaron al suelo como si de un despojo humano se tratase.
-¡Eh! Vuelve aquí, cabrón. –Me agarraba a los barrotes, buscando una respuesta, pero yo no parecía existir para nadie, el enfermero me ignoraba. -¡Vuelve! Te voy a enseñar a sondarme mientras duermo ¡Hijo de perra! –Pero no me hacía caso.
Entonces me giré y vi que no estaba solo, compartía celda con un viejo que tenía el pelo gris y sucio, completamente destartalado, con un aspecto locuelo.
-Hola amigo, ¿Cómo te llamas? Parece que vamos a pasar mucho tiempo juntos. –Dijo el abuelo.
-Me llamo cojones ¿Y usted? ¿Sabe qué es todo esto?
-Me llamo Tortuga, puede que algún día te cuente por qué me llamo así. Lo siento chico, pero no se nada. Solo sé que llevo aquí mucho tiempo y que no se puede salir, la única forma de hacerlo es pasando por el quirófano. Pero claro, no es nada agradable, a nadie le gusta morir para servir de experimentos ¿Verdad?
-¿Experimentos? ¿Qué experimentos? ¿No habrá visto por casualidad a mi amigo? Ando buscándolo, se llama Meatball y es un tipo corpulento que está…
-¿Cubierto de sangre? Amigo mío, aquí casi todo el mundo está cubierto de eso. Pero has tenido suerte. Hay un chico nuevo, estoy seguro que es el que tú dices. Pero no se dónde está encerrado.
Me alivió saber que no estaba completamente solo, conocer a gente viva y ver que todavía había algún sitio del mundo con luz y electricidad. Solo que era un agujero infernal, lleno de enfermos mentales que mutilaban seres vivos. No sabía ni cómo había llegado a parar aquí ni qué se llevaba esta gente entre manos. ¿Qué podía hacer yo ahora? ¿Quién me podía asegurar que no sería el próximo en sentir la sierra en mis costillas? En cierto modo empecé a añorar la oscuridad.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

3. ATAQUE AL CORAZÓN

            Me salvó… Por algún motivo que todavía desconozco, el destino había colocado a aquella persona a mi lado para mantenerme vivo. ¿Hasta cuándo Meatball seguiría salvándome el pellejo? A veces me pregunto si todo esto está ocurriendo, o si ya ha ocurrido. Si todo forma parte de un plan divino en el que juego un importante papel o si tan solo se me ha enviado un ángel guardián para retrasar el momento de mi muerte. Es mejor no preguntarse nada… solo andar, correr, lo que haga falta, a veces nos venimos abajo… a veces es mejor callar. El más mínimo recuerdo podría sembrar una semilla de oscuridad en nosotros, ahora recordar era nuestro peor enemigo; sinceramente, a veces es mejor callar. Romper un cristal o abofetearse a uno mismo, pero callar…
            Miro a Meatball, imaginando de nuevo esa hoguera donde solo hay un destello casi muerto. Ya no tirita, el frío lo ha llevado a las convulsiones. Miro su ennegrecido y arrugado rostro y veo un tipo duro imponerse al frío, una máquina de luchar capaz de patear el culo de cualquiera que se le interponga. Siempre parece dispuesto, seguro de sí mismo, como una leyenda viva en el arte de la supervivencia que me arrastra hasta un lugar seguro, lejos de la oscuridad. Pero sé que esconde algo… su interior es muy distinto a lo que yo conozco de él, sé que tiene algo en su interior, sentimientos reprimidos, cosas terribles. Y yo… tengo miedo. Tengo miedo del día que no pueda mantenerlas a raya y lo derrumben.

            -¡Maldita sea! ¿Cómo demonios vamos a salir de aquí? –Gritaba Meatball.
            La casa de Sharon se convirtió en una trampa mortal, jugaba con nosotros, nos ponía a prueba. Incluso pude ver la desesperación en el rostro de Meatball, quien miraba a su alrededor con ojos desorbitados. Yo me agaché un momento, sentí punzadas en mi pierna, tuve que rascarme inmediatamente.
            ¡Crack! Las paredes crujieron, los cristales de la ventana saltaron en pedazos, y por ambos lados fuimos invadidos por nuevas criaturas. Por la ventana asomaban numerosos brazos intentando agarrarnos, la pared era atravesada por aquello que invadía la casa, aquellos seres similares a muñecos de trapo zombies. Cada vez que veía aquellos rostros desalmados, aparecían visiones; mi cerebro proyectaba imágenes de sus almas siendo torturadas, se inyectaban en mí como dosis de una droga depresiva.
            A nuestras espaldas se abrían más agujeros en la pared, la casa se derrumbaba con nosotros dentro y solo podíamos correr en círculos. Pero de eso trata todo esto, de correr, y si es en círculos, todavía mejor. Desde que el mundo murió, tan solo nos hemos dedicado a eso, así que corrimos convencidos de ello.
            -Abriré paso. -Meatball sacó la escopeta de nuevo y machacó a dos de ellos para poder pasar.
            -¿Cuántas balas te quedan? –Le pregunté.
            Entonces me apunto a la cabeza, pude ver incluso el interior de los cañones. El tiempo se paró cuando apretó el gatillo, pero no pasó nada.
            -¿Contesta eso a tu pregunta?
            -No hacía falta ser tan explícito. –Empalidecí en un segundo.
            -¡Corramos! –Sugirió finalmente. –Hacia las escaleras ¡Vamos!
            A nuestro paso, más manos atravesaban las paredes, rozándonos con la yema de los dedos. La muerte nos acariciaba literalmente con la frialdad que la caracteriza, de la forma más grotesca posible y sin importarle lo más mínimo las formas.
            Cogí del suelo una madera rota proveniente de las paredes, estaba astillada y era puntiaguda. Meatball sacudía las criaturas a culatazos con la escopeta y yo con la tabla de madera, a dos manos, como si de un mandoble pesado se tratase.
            Uno de esos monstruos salió justo entre Meatball y yo, se interpuso en mi camino y me agarró por la camiseta. Aplasté su cabeza con la madera utilizando todas mis fuerzas, ésta madera se rompió definitivamente, pero su cuello también crujió. Tardó dos segundos, pero cayó al suelo fulminado. Continuamos corriendo.
            -¡Oh mierda! La escalera es inviable. ¿Adonde vamos? –Pregunté.
            -Solo son muñecas de trapo, las apartaremos a patadas.
            -¡Quieto! Esas muñecas son…
            Pero Meatball ya corría escalera arriba, hacia un ejército de muñecas de trapo con los ojos inyectados en rojo que descendían mostrando sus colmillos, cayendo de escalón a escalón. Las muñecas lanzaban un cántico hipnotizador, como una melodía infantil que hacía: “nana nana naanaa, juega conmigo…” y demás letras que repetían la misma tonalidad.
Intentamos pasar por encima de ellas, las aplastábamos, pero había miles. Resbalábamos sobre ellas, pero pisoteábamos sin miedo, tan fuerte que la escalera crujía, no parecía ir a aguantar mucho más. Efectivamente comenzó a derrumbarse, gracias a lo cual, las muñecas cayeron. La escalera se iba a pique y nosotros con ella, las muñecas amortiguarían la caída segundos antes de clavarnos sus colmillos.
            Meatball saltó, alcanzó el piso de arriba, yo me tambaleaba. Me cogí a la barandilla que todavía se sostenía firme y me enganché a ella. La escalera se derrumbó finalmente, entre escombros ondeaba una marea de criaturas a escasos metros bajo mí. Subí hasta el piso de arriba cogido a la barandilla y continuamos corriendo. Sin saber exactamente hacia dónde, la cuestión era correr.
            -¿Lo ves? –Insistió Meatball.
            -¿Que si veo el qué?
            -Te dije que las machacaríamos, tío. Ha sido genial.
            -Por supuesto, me he quedado tendido sobre cientos de afilados colmillos gracias a una barandilla que podía haber cedido en cualquier momento. Pero sí, tenías razón.
            -No seas tan irónico. Tú conoces la casa ¿no? ¿Hacia dónde vamos ahora?
            -Digamos que conocía la casa antes de que se convirtiese en un laberinto indescifrable, pero… veré que puedo hacer. ¡Sígueme!
            El pasillo era recto, las puertas se sucedían una tras otra  hasta el final donde una gran puerta lucía brillante como la escapatoria definitiva. Pero a medida que corríamos, la puerta se alejaba, el pasillo se estiraba. Podríamos correr varias horas y nunca llegaríamos al final, y mientras tanto, se escuchaban los alaridos de las criaturas frustradas por no darnos caza. Debían estar realmente furiosos, me estremecía con sus gritos y mis manos se enfriaban por el pánico.
            -Subiremos por aquí, es imposible llegar hasta el final.
            -¿Por donde, cojones? Aquí no hay nada.
            -¿A no? Déjame tu escopeta.
            Con ella empujé el techo del pasillo y una parte se movió hasta mostrar un hueco por el que nos podíamos colar.
            -Veo que el recuerdo sigue fresco en tu mente. Muy buena, tío.
            -Por suerte, algunas cosas nunca cambian. El desván oculto sigue en su lugar, subamos.
            Subimos de un salto y cerramos la compuerta de entrada de nuevo. Estaba lleno de trastos viejos y polvorientos, apenas visibles gracias a un pequeño rayo de luz menos oscura que penetraba por un pequeño ventanal redondo. Me acerqué y limpié su polvo, parecía mentira, pero ahora la luz llegaba mucho mejor. De nuevo me picaba la pierna, me agaché un instante a rascarme
–Malditas heridas. –Pensé para mí. –Se me van a infectar.
Miré todo aquello que nos rodeaba, mi vista se posaba sin relevancia sobre cientos de artículos diferentes hasta pararse en uno concreto. La guitarra de Sharon. Entonces entré en uno de mis abundantes estados de trance. Recordé los días mejores, en el jardín de su propia casa, las canciones que solía tocar con su guitarra, esas canciones que compartía conmigo de aquel grupo que tanto nos gustaba: “Say tomorrow, I can follow you there. Just close your eyes and sing for me. I will hear you, always near you and I’ll give you the words, just sing for me.”
En momentos como éste odiaba amarla tanto. Es un recuerdo que me cegó, no podía pensar en otra cosa, incluso llegué a olvidar lo atrapados que estábamos. No me cansaré de repetirlo… soy un débil, un ser sensible, un blandengue que no aguantaría aquí sólo ni dos días. Sharon estaba dentro de mí otra vez y me pedía que dejase de luchar, que me uniese a ella.
-Vámonos Cojones, este lugar no es seguro. Van a llegar aquí pronto.
La trampilla de entrada estaba siendo golpeada ya por las criaturas que siguieron nuestros pasos, pero yo estaba en otro lugar:
Cerraba los ojos y podía verme, corriendo por el pasillo, escuchando su música y entonces llegaba a aquella puerta brillante que había al final, la abría y una luz inmensa me cubría, me traía la paz.
-¡Cojones! ¡Vámonos!
-Lo tengo Meatball. Tenemos que ir a la puerta que hemos visto al final del pasillo, todavía no se muy bien cómo, pero tenemos que llegar hasta ella.
-Perfecto, ¿Y has pensado cómo nos abriremos paso hasta allí?
-Sí, si no recuerdo mal… ¡Eureka!
Saqué una placa para colgar en la pared en la que lucían dos sables.
-Son decorativas, pero servirán, sabía que no eran del gusto del padre de Sharon y las guardaba aquí.
-Bendita sea la decoración de doble filo. –Concluyó Meatball blandiendo la suya. –Y ahora… -Me miró serio con la espada cogida y dijo: -Cortemos.
Ésa era su forma de decir: En marcha; ahora que tenía un sable. Meatball corrió hacia la ventana y saltó como solíamos hacer, esperando aterrizar en algún lugar inesperado de la casa.
Y así fue, apareció donde menos esperaba, pero un piso más abajo, la caída fue inesperada. Cayó en el garaje sobre un “pick-up”, una furgoneta de estilo americano que acabó hundida dibujando la silueta de Meatball en el capó, allá donde quedó encajado. Me asomé y pregunté:
-¿Estás bien, tío?
No respondía, parecía haberse quedado sin aire, no podía moverse y solo escuchaba respiraciones forzosas e intentos fallidos del habla. Me descolgué suavemente y descendí sobre la furgoneta. El sable de Meatball se había clavado en su mano de alguna forma en la caída. Por primera vez tosió y articuló palabra:
-Creo… creo que estoy bien. –Dijo todavía sin aire. -¿Cómo está mi mano?
-No está todo lo bien que te gustaría, pero estás bien.
Aquí, los rugidos de las criaturas quedaban más lejos, ahogados por paredes y metros de distancia, se respiraba una relativa tranquilidad. Aprovechamos para recuperar el aliento, sobre todo Meatball, y hacerle un remiendo en su mano.
Luego intentamos abrir la puerta a la calle, pero estaba cerrada, y la puerta que entraba a la casa también, la única salida era el techo, la ventana por donde habíamos entrado. Pero de momento, éste parecía un lugar seguro y decidimos pensar un segundo. Me senté en el suelo, pensaba en Sharon y sus canciones, aquello había llegado muy hondo, había conseguido olvidar todo eso por completo y ahora volvía a mí, aquello que había dejado atrás cuando el mundo aún vivía. Estaba muy preocupado, me encantaba recordarlo, aun más vivirlo, sin mebargo me horrorizaba pensar que ya era imposible revivirlo. Me rascaba la pierna inconscientemente mientras hacía un esfuerzo por comprender lo que significaba “NUNCA”. Nunca más volvería a sentir todo aquello, no era difícil de asimilar, era difícil comprender las palabras: nunca más. No podía imaginarme de otra forma que acariciando su pelo mientras me cantaba, sin embargo, eso era todo lo que podía hacer, imaginar. Una sensación que se perdía en lo más profundo de la oscuridad, más lejana cada segundo que pasaba.
Miré el sable, lo había dejado delante de mí, tendido en el suelo. Por momentos lo imaginé clavado en mi estómago, y yo cayendo de rodillas mientras me desangraba, luego tumbado de lado… Y luego boca abajo, apoyando mi cara contra el suelo, apretando los dientes y puños en un charco de sangre mientras mi amada bajaba del cielo a recogerme, cantando como siempre lo solía hacer.
Mi vista se desenfocaba mirando el sable. Alargué mi mano para alcanzarlo, seducido otra vez, pero ahora por mis propios recuerdos que imploraban que hiciese lo que debía hacer. Entonces vi una luz, salía de debajo del coche. Conseguí dejar aquello en un segundo plano.
-¿Qué es eso? –Preguntó Meatball. –Viene una luz fuerte de debajo del coche. ¿Qué es lo que hay?
Me escurrí por debajo del coche hasta la luz, y vi que en el suelo estaba aquella puerta brillante, aquella que tenía la certeza de que conducía a la salida.
-Está aquí, joder, está aquí. Es la puerta, tenemos que abrirla como sea.
Intenté abrir, pero el coche me lo impedía, no tenía el margen suficiente para poder entrar.
-Hay que apartar el coche como sea. Pero tenemos que entrar. Piensa en algo, Meatball.
¡Crunch! La puerta que conducía a la calle crujía, su parte baja era atravesada por unos pinchos que trataban de agujerearla para entrar.
-Rápido Meatball, busca un gato en las cajas de herramientas. Yo te conseguiré tiempo, me encargaré de detener lo que sea que venga.
-Muy bien, toma esto. ¡Utilízalo!
Me lanzó una maza de un tamaño considerable, podía ser más efectivo que el propio sable contra enemigos pequeños. Y entonces entraron, consiguieron agujerearla.
-¡Reptantes! Meatball, date prisa.
-Ya voy, hago lo que puedo. ¿Dónde hay un puto gato? Maldita sea, aplástalos cojones.
Entraban deslizándose. Serpenteantes y rápidos como solo había visto ser a los reptantes. Allá fuera se escuchaban rugidos, estaba lleno de cadáveres degollados vomitando todavía más reptantes. Yo no quería que pusieran huevos en mí y me tomaran como a uno de esos cuerpos vacíos. Pisoteé, aplasté a todos los que se atrevían a entrar, pero pronto el número creció, también el de agujeros, era imposible tenerlos controlados a todos y un gran número comenzaba a invadir el garaje.
Meatball ya colocaba el gato bajo el coche que él mismo abolló. Empezó a bombear torpemente por los nervios. Los reptantes entraban, pero yo no les importaba, iban directos a por Meatball, yo parecía no existir para ellos.
Pronto el garaje estuvo lleno, se enganchaban a Meatball, movían sus colas sin relajar sus mandíbulas. Meatball gritaba de dolor, pero no se detenía, como si nada pasara, se esforzaba titánicamente en bombear el gato y finalmente levantó el coche.
-¡Vamos! –Dijo ya casi rodando bajo el coche para abrir la puerta. La abrió y entró, con los reptantes todavía enganchados a su cuerpo. Yo corrí tras él, pero antes de entrar, vi el sable y recordé brevemente lo cerca que estuve de clavármelo. Alargué la mano para cogerlo y entré por la puerta.
Clinc… Al entrar, se escuchó un sutil sonido metálico, como un diapasón comprobando que todo funcionaba perfectamente. Los reptantes habían desaparecido. La luz nos cegó pero pronto se disipó y nos pudimos encontrar andando, de nuevo, dentro de aquella cocina en la que hace poco estuvimos, pero con una peculiaridad. Las criaturas habían callado, el silencio solo era roto por el eco del diapasón, que resonaba ahora distorsionado, casi electrizante. La cocina estaba perfectamente iluminada de blanco y ordenada como solía estarlo. Era como una dimensión paralela. De nuevo escuchaba latir aquel corazón que nos acompañaba desde que entramos en la casa, hasta ahora había sido sofocado por los gemidos de las criaturas, pero ya no había nada más que latidos. Potentes y densos latidos que retumbaban en mi pecho.
-Meatball… -Nuestras voces sonaban como si estuviésemos bajo el agua a metros de distancia, con un eco sordo preocupante. También nos movíamos a cámara lenta, como en esas pesadillas en las que quieres correr, pero no puedes.
-¡Cojones! ¿Qué es este lugar? ¿Qué ocurre?
-No lo sé… Mira.
El horno continuaba encendido, algo dentro se movía suavemente mientras se horneaba. Igual que la última vez que estuvimos aquí, pero solo ahora decidimos acercarnos a abrirlo.
Al abrirlo retrocedimos varios metros, Meatball se echó las manos a la boca intentando contener el vómito. Era asqueroso, había un corazón gigante ahí dentro que desprendía calor. Él era el causante del latido que se escuchaba en toda la casa. Se podía apreciar con todo detalle su movimiento, contracción tras otra. De él escapaban varios tubos enormes que entendí como arterias que se hundían en la construcción de la casa.
-¿Qué demonios es esto? –Meatball se había recuperado de sus arcadas.
-No lo se, ¿Qué crees que debemos hacer?
-Déjame que te lo muestre.
Arrancó el sable de mis manos y sin dejar que el raciocinio interfiriese en sus actos lo clavó en el corazón. Súbitamente dejó de latir. El tiempo pareció detenerse, incluso el diapasón.
El suelo empezó a temblar, las paredes de la cocina parecían derretirse, pero no, era sangre. Las paredes sangraban, la luz se marchaba, todo volvía a estar como antes, pero poco a poco el lugar cambiaba. Era difícil mantenerse de pie con esos temblores.
Pronto nos vimos en un lugar completamente diferente, ya no era una cocina, sino el interior de un cuerpo, era como estar en la cavidad torácica de alguien y estaba inundándose de sangre. Parecíamos estar dentro de un monstruo gigante que se agitaba de dolor, incluso podían escucharse alaridos.
Se crearon agujeros en el suelo y de ellos salieron enormes gusanos blancos, con la peculiaridad de que tenían garras y buenas mandíbulas.
-¡Joder, son todavía más feos que tú! Cojones, tenemos que irnos de aquí.
-Ya te dije que no comieses caramelos, o te saldrían lombrices intestinales. Usa el sable, volveremos por donde hemos venido.
Se acercaban correteando con sus numerosas patas diminutas, pero nos escapamos por la puerta. Llegamos al pasillo, era como el interior de una arteria y la sangre nos llegaba hasta las rodillas. Era tan densa que había que correr a saltos. Mientras tanto, en las paredes crecían bultos de la nada, como granos gigantes, con la punta blanca rellena de grasa.
¡Slash! Los granos explotaban, salpicaban malolientes entrañas y de ellos salían más lombrices. Se deslizaban invisibles bajo el río de sangre, y podía ver que eso ponía nervioso a Meatball, pero todavía más a mí. No sabíamos hacia dónde apuntar los sables, y sabiendo lo que había ahí abajo, sentir que algo rozaba tus piernas hacía que desearas que te las cortaran. No podía creer que estuviese soportando tal asco, estaba incrédulo, me detuve para sofocar unas arcadas, pero entonces sentí un zarpazo en las pantorrillas. Seguidamente el gusano emergió a la superficie, gritó y se abalanzó sobre mí. Por suerte solo tuve que sostener el sable en su dirección y él mismo se ensartó. De sus heridas supuraba más sustancia, algo blanco y burbujeante que parecía contener insectos.
-Meatball, estas cosas están llenas de más bichos. Debemos correr.
Meatball vomitaba, yo vomité consecuentemente. La sangre subía, cada centímetro que ascendía era un centímetro más de pánico, un centímetro de libertad para aquellas lombrices. Nos ahogaríamos o nos devorarían.
Sentía que mis heridas escocían, la sangre era un puchero con nuestros vómitos, sudor, insectos y vísceras. Descubrí que era casi más rápido buceando en la sangre, me podía coger a los granos por estallar de las arterias para impulsarme. Vi un rayo de esperanza al descubrir que los dejábamos atrás. Salí a la superficie a coger aire, y entonces descubrí que no debía alegrarme tanto. Apenas pude sacar la nariz, había llegado casi a la inundación completa.
Solo quedaba bucear, con las lombrices acercándose y el aire alejándose. Bajo la superficie era imposible ver nada, a veces chocaba contra pedazos de carne que flotaban. Ya comenzaba a sentir esa presión en el pecho, mis pulmones se consumían a sí mismos, sorbían hacia ellos para atraer el aire, pero yo no tenía nada que ofrecerles. Casi llegué a olvidar qué hacía, buceaba solo pendiente de mi respiración, y entonces fue cuando choqué contra una pared. Era una puerta.
Meatball y yo intentamos golpearla, pero no cedía. No pude evitar tomar una bocanada de aire, la sangre empezó a encharcar mis pulmones y perdía el sentido. Meatball cogió mi sable y lo clavó en la rendija de la puerta, solo sé que estuvo forcejeándola, lo próximo que recordé fue ser arrastrado hacia el otro lado. La puerta se abrió, y nosotros fuimos conducidos afuera como por un tobogán de agua.
Caímos definitivamente al jardín de la casa, aparentemente libres de peligro. Ésta se derrumbaba, gemía y temblaba, se caía a pedazos mientras seguía saliendo sangre por la puerta principal, pero en dosis ya no peligrosas. El jardín se teñía levemente de rojo y nosotros estábamos empapados en ese color.
Tosíamos sangre, mis pulmones recuperaban su tamaño y vitalidad habitual, pero mi cerebro seguía conmocionado. Estaba aturdido, veía borroso como Meatball se retorcía a mi lado:
-¡Coff coff! Espero ¡Coff! Que después de llevarnos hasta aquí. ¡Coff! Al menos hayas cogido algún recuerdo. ¡Coff! –Dijo sin emplear fuerzas en mirarme.
Yo miré en derredor. Vi la casa muriendo, habíamos escapado y entonces lo recordé, y en respuesta a Meatball pensé:
-Desgraciadamente… sí.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

2. LA NOVIA OSCURA


            Así fue como conocí a Meatball, el que ahora tirita de frío, acurrucado tristemente en mitad de la nada. Lo cierto es que cuando lo conocí, todo parecía que iba a mejorar, pero mi sensiblería y la mala suerte nos habían ido arrastrando hasta aquí, hasta ningún sitio. Era imposible remontar esa corriente que nos empujaba a la nada, el suelo se deshacía a nuestros pasos, el mundo era un laberinto de trampas mortales cambiante que disfrutaba viéndonos jodidos. Y nunca, absolutamente nunca, había un camino de vuelta, sin vuelta a atrás. Solo hacia delante.
            Tras dormir varias horas, refugiados en aquella casa, hablamos por primera vez de nuestra situación:
            -¿Viste todo aquello que nos atacó anoche? ¿De dónde habrán salido todas esas criaturas? -Le pregunté. –Nunca había visto ese tipo de criaturas.
            -Tío… Esto es jodido. Esos asquerosos reptantes… Son como unos tentáculos que penetran en cuerpos inertes y los mueven a su antojo, ahí ponen los huevos y por eso nunca dejan de vomitar más mierda por el cuello. Me los conozco bien… Pero los otros… ¡Estaban comiendo farolas, tío! ¡Farolas! ¿Qué clase de hijo de puta come farolas? Estamos perdidos…
            -¿Ponen huevos? –Era un detalle que no me gustó en absoluto. –Me mordieron varias veces, tuve que arrancármelos de encima. ¿Crees que me habrán puesto algo?
            -No lo sé. No soy un médico especializado en mordeduras de mierdas reptantes con dientes. Solo soy un ex deportista mal hablado.
            -Bueno, creo que estoy bien, no noto nada extraño. Pero creo que deberíamos hablar sobre qué vamos a hacer. Esto no tiene pinta de acabarse, y no se si existe una salida, ¿Qué deberíamos hacer?
            -Yo tampoco sé nada de todo esto. No se si es el momento de pensar en ello, pero quizás deberíamos cruzar el país, ir hacia el Este. Si aquello también está sumido en la oscuridad… yo ya no sé qué haremos. Pero opino que deberíamos asegurarnos.
            -Lo cierto es que no tengo ninguna otra idea mejor, no sé cómo solucionar esto, de modo que iremos al Este. Por cierto… hay algo que quiero preguntarte.
            -Adelante.
            -¿Tú… lo has visto?
            -¿A qué te refieres?
            -A esa cosa… Durante el tiempo que llevo escondiéndome en la oscuridad, he visto muchas cosas. Pero destacaría una de entre todas ellas. Era como…
            -No sigas, por favor. –Parecía pensativo, miraba al suelo, y se tapaba los ojos como si tratase de atenuar algún dolor. –Sí que lo he visto. Albergaba la esperanza de solo haberlo imaginado. Ya sabes, aquí pasa de todo, podía haber sido una pesadilla. Creo que me intentaba convencer a mí mismo de que era así, pero ya veo que no.
            -¿Qué haremos cuando vuelva a aparecer?
            -No lo sé, solo sé que rezaré para que eso no ocurra.
Se hizo un silencio, el primero incómodo desde que lo conozco. Era evidente que no quería hablar de ello, así que tras varios segundos en los que nuestras mentes flotaron a la deriva, irrumpí con algo que pretendía proponerle desde el principio, pero que no me atrevía por razones obvias.
            -Si vamos a cruzar el país, hay algo que me gustaría hacer antes. –Me atreví.
            -¿De qué se trata?
            -Al final de esta misma calle, en la parte más alta vivía mi novia. –Confesé avergonzado. –Me… gustaría poder ir y llevarme un último recuerdo de allí antes de irnos. Pero solo lo haré si me acompañas.
            Permaneció mudo unos instantes y luego me señaló con su enorme dedo con aspecto de morcilla, perfecto para señalar:
            -Nos vas a matar… -Pero sonrió.
Sabía que era peligroso, pero ¿qué importaba? Todo lo era ahora, incluso permanecer aquí. Así que accedió a acompañarme sin problemas.
            Salimos a la calle, a la misma por la que fuimos atacados por aquellos reptantes y sus cuerpos vomitadores poseídos. Nuestros zapatos se pegaban al suelo al pisar los sesos desparramados de aquellas zorras. La oscuridad era casi respirable, se densificaba por momentos, había que apartarla para seguir andando. Buceábamos por ella.
            Llegamos donde aquellas cosas comían farolas. Una de ellas estaba derribada sobre un coche aparcado en la acera, estaba hecho cenizas. La acera se ensanchaba y vimos que había muchos más coches en estados similares hasta que descubrimos que aquello era un viejo concesionario de segunda mano: “Stan’s Used Cars” un tipo conocido por todo el mundo como un timador de primera clase, siempre conseguía lo que quería, solía vestir de vaquero y su grito de guerra con el que celebraba una venta era un: ¡Yiihaa!
            Nos adentramos, pisando cristales rotos de lunas reventadas con la esperanza de encontrar un vehículo válido. El ambiente era tenso, la oscuridad fluía por nuestros rostros y podía escucharla respirar acariciando mis oídos, como el sonido de un viejo asmático, bronquios congestionados. Entonces la oscuridad me habló, con esa voz rota, como una respiración, con suavidad, pero tan cerca que me pareció un grito susurrado: ¡muere!
            -¿Has oído eso? –Pregunté a Meatball alarmado.
            De pronto se escuchó un: ¡Yiihaa! Y empezó a sonar una musiquita vaquera desde el interior de la tienda, desde una radio vieja con interferencias. Era la típica melodía de los anuncios de Stan el timador.
            -Ya lo creo que lo he oído, esto todavía funciona.
            -No me refiero a eso, digo a esa voz, ha dicho que me muera.
            -¿Qué?
El suelo empezó a temblar, la conversación quedó en un segundo plano. El cartel luminoso de Stan (que ya no iluminaba) explosionó. Saltaron miles de chispas y luego cayó al suelo. Fue estruendoso, una tormenta de cristales que saltaban y suelo que se agitaba. Yo caí, y desde el suelo pude ver como las farolas roídas volaban por los aires a gran velocidad. Algunos coches empezaban a elevarse y volvían a caer, había golpes por todos lados, hierros chirriando… todo flotaba.
            -¡Al suelo! –Gritó Meatball, haciéndose escuchar por encima de todo aquello.
            Se tiró al suelo y todo empezó a agitarse a gran velocidad, si me levantara, alguno de esos objetos flotantes me podía partir por la mitad. Las lunas de los coches se agitaban en el aire y reventaban, llovían cristales sobre nosotros mientras nos arrastrábamos de nuevo hacia la carretera. En nuestras cercanías caían objetos, era como salir de una cueva derrumbándose.
            Entonces, cubriéndome los ojos con la mano, levanté la mirada y allí estaba, aquella silueta, en la parte segura de la carretera. Mirando impasiblemente lo que ocurría. No pude ver bien su rostro, pero sabía que era ella, la conocía demasiado bien.
            -¡Sharon! –Grité.
            Pero Sharon no hizo caso, solo anduvo hacia el frente, hacia el frenesí. Volví a gritar, pero era inútil. Me arrastré tan rápido como pude para tratar de evitar que aquella trituradora flotante de objetos voladores la devorase, pero no lo conseguí. Solo pude ver como de un instante a otro, pasó a ser una nube de sangre oscura que se derramaba, mientras su descuartizado cuerpo flotaba con el resto de objetos.
            -¡Nooo!
            Cayó una lavadora a mi lado, y me seguí arrastrando; el suelo se hundía a mi paso, se abrían boquetes directos al infierno, pero no me detuve, llegué hasta la carretera, donde estábamos fuera de peligro. Entonces me quedé tendido boca abajo, sin estar seguro de si llorar o recuperar el aliento. Meatball puso su mano sobre mi hombro, también estaba a salvo, y cuando levanté la mirada, moviendo la cabeza señaló el concesionario. Volví a mirar y todo volvía a estar en orden, justo como estaba al llegar, ni un ruido, todo tranquilo, solo el viento susurrando, riéndose de mí. Viento y nada más, un cementerio de coches donde cientos de ellos no hacían nada. Todo se volvía irrazonable, inexplicable para mí, y también para Meatball.
            Me lo podía haber hecho ya mil veces, y yo no aprendería la lección. Ahora resulta muy sencillo para mí darme cuenta de que la oscuridad me juega esas malas pasadas, de que me seduce para atraerme a ella y hacerme más vulnerable, para jugar conmigo y mis sentimientos. Pero lo cierto es que nunca aprenderé, y cada vez me dolerá, me confundirá y me acercará más a mi derrumbamiento, a mi muerte.
            Nos marchábamos de nuevo, calle arriba, pero me giré una vez más. Todo estaba intacto, pero el charco de sangre de Sharon seguía ahí. Me detuve mirándolo, quería arrodillarme a su lado, a hablar con ella, a disculparme por no haberla podido cuidar. Justo cuando di el primer paso para acercarme, Meatball puso su mano en mi hombro. Lo miré y dijo: Ya está… Señalando nuestro camino con la cabeza. Yo sentí que despertaba, como sacado a golpes de una hipnosis, miré por última vez el charco antes de irme, hubiese jurado que me suplicaba ayuda, sin usar palabras, desde mi interior, desde una nueva forma de comunicación. Pero Meatball tenía razón, nos debíamos ir.
            Anduvimos hasta el final de la calle, ahí tropezamos con una verja oxidada, tras ella un jardín enorme, tras él unas escaleras de obra, y tras ellas la casa de Sharon. La mansión de Sharon, digna de una de las familias más ricas de la ciudad.
            Nos acercamos a la puerta de la verja, invadida por hierbas trepadoras de dudosa inocencia.
            -Déjame a mí. –Dijo Meatball. ¡Blam! Abrió la puerta de una patada y las gruesas hierbas fueron arrancadas de raíz. La puerta cayó fuera de sí y se camufló bajo el frondoso césped, haciendo un sonido fofo que pareció propagarse bajo el suelo.
            Leí el buzón donde ponía: White. Apellido familiar de Sharon. ¡Blam! Meatball también arrancó el buzón de cuajo de una patada.
            -¿Pero qué haces, subnormal? ¿Estás loco? ¿Por qué arrancas el buzón?
            -Disculpa, señor Cojones Mc Órden público. –Ironizó. -Tal vez se te haya olvidado que ya no van a recibir una mierda porque todo el mundo ESTÁ MUERTO. –alzó la voz en sus dos últimas palabras. –Subnormal tu padre. –murmuró en voz baja.
            -¿Qué has dicho?
            -Que te quiero, tontorrón.
            Ambos reímos por lo bajo y continuamos hacia la casa. La puerta principal estaba abierta, de madera con ventanitas de cristal. Gran parte del interior de la casa estaba hecho de madera, ahora podrida por la húmeda oscuridad, incluso crecían hierbas en el interior, parecía un invernadero decorado con mucho dinero y poco gusto.
            -Precioso. –Sugirió Meatball. –Pero un poco sobrecargado para mi gusto minimalista.
            -Cállate… ¿Has oído eso?
            En silencio se escuchaban golpes, pero no eran secos, eran melosos. Sonaban a pares, como los latidos de un corazón con eco, con mucho espacio vacío entre cada par de latidos. Fuera el viento se endurecía y nos encerró con un portazo, ahora encerrados, el latido era más poderoso. Incluso notaba una ligera diferencia de presión en la piel de mi rostro con los latidos, creo que se sincronizaron con los míos.
            -Tío, aquí pasa algo. Deberíamos irnos. –Advirtió Meatball. Pero algo en mi interior me imploraba que entrase. Que fuese más allá, hasta el cuarto de Sharon.
            -Solo será un minuto, iré a su cuarto y saldremos de este lugar. Puedes esperarme aquí si quieres.
            -Estupendo, así podré criticar el mal gusto de esta gente al decorar la casa sin que te ofendas… ¿Qué? Esto está demasiado sobrecargado… ¿Tengo razón o no? Entenderé tu silencio como un sí. ¡Eh! ¡Cojones! Ten cuidado.
            Me adentré en el pasillo hasta la escalera que subía al piso de arriba, la madera crujía bajo mis pies. Subía lentamente pendiente de los crujidos, y justo entonces me quedé clavado, la madera cedió y mi pie se clavó. Los latidos aceleraron, como si se hubiese asustado.
            -¿Estás bien? –Escuché desde abajo.
            -Sí, no es nada.
            -Pues deja de tropezar y coge algo de una vez. He encontrado unas escopetas entre tanta decoración, pero no hay munición, sería genial que encontrases algo. Deben de valer miles de dólares, son algo único.
            Meatball calló y continué subiendo. Atravesé otro pasillo hasta la puerta que buscaba. Entonces giré el pomo y la puerta gimió mientras se abría. Una luz blanca cegadora escapaba de la habitación, no se podía ver el interior. Al abrirse la puerta me vi envuelto en aquella luz y escuché un pitido, los latidos se intensificaron más que nunca. Recuerdo preguntarme si me había desmayado, si había muerto y eso era el cielo o si acababa de volver de una rave con música y drogas, pero nada de eso…
            La luz se disipó y me encontré dentro de su cuarto, perfectamente iluminado, tan nuevo, pulcro y ordenado como siempre estuvo. Una decoración blanca exquisita… estaba como en otra dimensión donde nada malo había ocurrido, y entonces…
            -Por fin has venido a por mí. –Empezó una familiar voz femenina.
            -Sharon… yo… pensé que…
            -¿Había muerto? No… sigo viva, por ti. Con el único propósito de hacerte feliz.
            Se veía tan guapa… Su largo cabello castaño, con un vestido coqueto blanco que cubría la piel más suave que un hombre tenía sensibilidad para poder apreciar. Me abrazó, se colgó de mí como de un último recurso, con confianza absoluta, y yo la rodeé. La toqué, deslicé una mano entre su cabello y su nuca; la otra fue derecha a su culo. Lo apreté al mismo tiempo que olí su cabello con melancolía, excitándome con sus curvas y fragancia.
            -Llevaba esperando esto mucho tiempo, amor mío. Este momento es nuestro, nadie nos lo arrebatará. –Me susurraba.
            Me llevó hasta su cama y me tumbó en ella, me besó el cuello mientras me frotaba de arriba abajo. Yo agarraba su cabello lujuriosamente sin soltarlo. Poco a poco descendía, su rostro acariciaba mi torso sin dejar de besarme hasta que sus manos chocaron con mi pene. Creí que estallaba, su dureza solo se equiparaba a su sensibilidad, tenía más sangre que yo en el resto de mi cuerpo, podía ponerle un nombre y dejar que él pensara por nosotros a partir de ahora.
            Yo me dejé llevar, quise disfrutar, me relajé y cerré los ojos, y ella dijo una cosa más:
            -Esto va a ser inolvidable, cojones.
            ¿Cojones? –Pensé. ¿Cómo cojones sabe que me llamo cojones? Era algo que ella no podía saber. Sentí de nuevo aquel latido, todavía más poderoso. Abrí los ojos, todo era oscuro de nuevo y la habitación estaba también podrida por la humedad. En mis manos se quedó el cabello deshidratado de Sharon. Rápidamente miré entre mis piernas y lo que había ahí no era Sharon. Era un ser liso, como un muñeco de trapo de tamaño humano, todo marrón, como el famoso “Zack Boy” de “Little Big Planet” pero con las cuencas de los ojos vacías y una expresión con la que parecía plasmar miles de años de dolorosa tortura.
            Al verme lanzó un gruñido que más bien pareció un bostezo mientras su cara se deformaba y enseñaba unos afilados dientes. Se lanzó hacia mi cadera a intentar arrancarme el pene con tal dentadura, pero hundí su cara de un rodillazo, me levanté y pisoteé su cara con rabia, como si fuese el culpable de que Sharon no estuviese aquí. Luego le di puñetazos sin que dejase de lanzar su gruñido bostezo. El suelo se rompía de los golpes, estaba muy podrido y yo estaba desbocado, gritaba como un loco.
            Finalmente acabé con aquello y me levanté extasiado, mi respiración se aceleraba igual que el corazón de la casa. Entonces apareció el resto. La colección de muñecas que Sharon tenía en su habitación caían de su estantería sin orden alguno, pero esas muñecas de trapo se levantaban de nuevo y enfocaban su mirada en mí. Andaban torpemente, ahora eran ellas las que parecían zombies y también entonaban el famoso bostezo del ser de penosa expresión torturada.
            Solo dudé durante el primer segundo, justo antes de empezar a patear muñecas. De pronto, se detuvieron todas, cambiaron su registro vocal y lanzaron por primera vez un grito agudo, justo antes de explotar. Parecía que explotaban a raíz de alcanzar un registro tan agudo e irritante. Las plumas que las rellenaban quedaban suspendidas en el aire, cayendo con delicadeza. Pero en su lugar, aparecían las criaturas que las poseían. Eran las crías de aquellas criaturas que devoraban farolas, aquellas que se aprovechaban de torsos humanos sin extremidades para ocultarse, éstas también sacaban sus garras del torso sin ningún patrón, para ellas, el torso era como un saco al que agujerear.
            Llovían plumas, y una de esas criaturas saltó sobre mí, enganchó sus garras a mi pecho y rodé por el suelo hasta la cama. Mordían y cortaban, se subían a mí como pirañas devorando un antílope que intentaba en vano deshacerse de ellas.
            Pero una vez más, se presentó ese ángel guardián al que me gusta llamar Meatball. La puerta se abrió y asomó un arma. ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! Entró a tiros y se cargó todo insecto viviente, no me cabe duda que disfrutaba con ello, rebosaba rabia. Estoy seguro de que estaba tan enfadado que sus disparos dolían más de lo que solían. Me quitó de encima aquellas criaturas a patadas y las remató a tiros. Entonces me tendió la mano y dijo: ¿Todavía vas a decirme que deje de patear cosas? Venga, salgamos de aquí echando leches, encontré munición. Yo abriré el camino.
            Salimos de la habitación corriendo, llegados al pasillo, la casa se agitaba, las garras de más criaturas atravesaban las paredes para alcanzarnos; del suelo surgían manos que nos intentaban coger por los tobillos. Las criaturas se multiplicaban, había grandes y pequeñas, crías y adultos que gritaban y gruñían, según su naturaleza se lo permitía. Las paredes y suelos de madera se destruían a nuestro paso al ser atravesadas por aquellos seres, pero Meatball abría paso con la escopeta, yo solo lo seguía a toda velocidad por un pasillo que se cerraba sobre nosotros, cada vez más…
            Llegamos a una puerta, la atravesamos y nos vimos dentro de la cocina. Algo extraño ocurría, Meatball no se había dado cuenta, pero yo conocía esta casa, y sabía que el pasillo que habíamos atravesado no era el de siempre, sabía que la cocina no estaba en el piso de arriba.
            -Meatball, algo está pasando, la cocina no debería estar aquí, ésta debería ser la habitación de sus padres.
            Meatball miró a su alrededor. El horno estaba en marcha, con la luz encendidad y parecía tener un pollo dentro dando vueltas. El corazón seguía latiendo, siempre presente, en un segundo plano. Meatball miró la ventana y dijo:
            -No importa lo de las habitaciones, saldremos por la ventana.
            Corrimos hasta la ventana y saltamos por ella, rompiendo el cristal que daba al exterior y caímos al otro lado entre mil cristalitos diminutos. Pero no era el exterior, caímos en una nueva habitación más pequeña. Confusos, corrimos desesperadamente en busca de la salida que se escondía de nosotros. Cruzamos la puerta de la habitación pero solo había un baño pequeño, sin salida.
Decidimos volver atrás por la ventana, volver a la cocina. Pero tras la ventana ya no había una cocina, estábamos de nuevo en un pasillo, otro diferente al anterior. La casa jugaba con nosotros como un cubo de rubik en el que se intercambiaban las posiciones de los lugares. Como el hamster que pasa de un brazo al otro de su dueño sin llegar a ningún lado.
Atravesamos de nuevo el pasillo a toda velocidad, perseguidos por más criaturas que salivaban viscosos jugos rojizos solo con vernos. Nos detuvimos frente a una ventana en el pasillo por la que se podía ver el exterior. Igual como la que había en la cocina.
            Solo nos detuvimos unos instantes, pero fueron eternos, instantes en los que nos dimos cuenta que estábamos atrapados. Podíamos ver el exterior, al otro lado de un fino cristal que alcanzaría solo con alargar la mano, pero sentía que cientos de kilómetros me separaban del lugar que veía. Tuve tiempo de pensar en lo ridícula que se vería mi cara desde fuera. Aquella decepción plasmada en mi rostro, y al exterior, mirando hacia el oscuro cielo, lanzaba una pregunta sin saber si alguien sería capaz de respondérmela: ¿Existía alguna forma de escapar de ese laberinto plagado de criaturas?