Survival Horror

Survival Horror

miércoles, 16 de noviembre de 2011

2. LA NOVIA OSCURA


            Así fue como conocí a Meatball, el que ahora tirita de frío, acurrucado tristemente en mitad de la nada. Lo cierto es que cuando lo conocí, todo parecía que iba a mejorar, pero mi sensiblería y la mala suerte nos habían ido arrastrando hasta aquí, hasta ningún sitio. Era imposible remontar esa corriente que nos empujaba a la nada, el suelo se deshacía a nuestros pasos, el mundo era un laberinto de trampas mortales cambiante que disfrutaba viéndonos jodidos. Y nunca, absolutamente nunca, había un camino de vuelta, sin vuelta a atrás. Solo hacia delante.
            Tras dormir varias horas, refugiados en aquella casa, hablamos por primera vez de nuestra situación:
            -¿Viste todo aquello que nos atacó anoche? ¿De dónde habrán salido todas esas criaturas? -Le pregunté. –Nunca había visto ese tipo de criaturas.
            -Tío… Esto es jodido. Esos asquerosos reptantes… Son como unos tentáculos que penetran en cuerpos inertes y los mueven a su antojo, ahí ponen los huevos y por eso nunca dejan de vomitar más mierda por el cuello. Me los conozco bien… Pero los otros… ¡Estaban comiendo farolas, tío! ¡Farolas! ¿Qué clase de hijo de puta come farolas? Estamos perdidos…
            -¿Ponen huevos? –Era un detalle que no me gustó en absoluto. –Me mordieron varias veces, tuve que arrancármelos de encima. ¿Crees que me habrán puesto algo?
            -No lo sé. No soy un médico especializado en mordeduras de mierdas reptantes con dientes. Solo soy un ex deportista mal hablado.
            -Bueno, creo que estoy bien, no noto nada extraño. Pero creo que deberíamos hablar sobre qué vamos a hacer. Esto no tiene pinta de acabarse, y no se si existe una salida, ¿Qué deberíamos hacer?
            -Yo tampoco sé nada de todo esto. No se si es el momento de pensar en ello, pero quizás deberíamos cruzar el país, ir hacia el Este. Si aquello también está sumido en la oscuridad… yo ya no sé qué haremos. Pero opino que deberíamos asegurarnos.
            -Lo cierto es que no tengo ninguna otra idea mejor, no sé cómo solucionar esto, de modo que iremos al Este. Por cierto… hay algo que quiero preguntarte.
            -Adelante.
            -¿Tú… lo has visto?
            -¿A qué te refieres?
            -A esa cosa… Durante el tiempo que llevo escondiéndome en la oscuridad, he visto muchas cosas. Pero destacaría una de entre todas ellas. Era como…
            -No sigas, por favor. –Parecía pensativo, miraba al suelo, y se tapaba los ojos como si tratase de atenuar algún dolor. –Sí que lo he visto. Albergaba la esperanza de solo haberlo imaginado. Ya sabes, aquí pasa de todo, podía haber sido una pesadilla. Creo que me intentaba convencer a mí mismo de que era así, pero ya veo que no.
            -¿Qué haremos cuando vuelva a aparecer?
            -No lo sé, solo sé que rezaré para que eso no ocurra.
Se hizo un silencio, el primero incómodo desde que lo conozco. Era evidente que no quería hablar de ello, así que tras varios segundos en los que nuestras mentes flotaron a la deriva, irrumpí con algo que pretendía proponerle desde el principio, pero que no me atrevía por razones obvias.
            -Si vamos a cruzar el país, hay algo que me gustaría hacer antes. –Me atreví.
            -¿De qué se trata?
            -Al final de esta misma calle, en la parte más alta vivía mi novia. –Confesé avergonzado. –Me… gustaría poder ir y llevarme un último recuerdo de allí antes de irnos. Pero solo lo haré si me acompañas.
            Permaneció mudo unos instantes y luego me señaló con su enorme dedo con aspecto de morcilla, perfecto para señalar:
            -Nos vas a matar… -Pero sonrió.
Sabía que era peligroso, pero ¿qué importaba? Todo lo era ahora, incluso permanecer aquí. Así que accedió a acompañarme sin problemas.
            Salimos a la calle, a la misma por la que fuimos atacados por aquellos reptantes y sus cuerpos vomitadores poseídos. Nuestros zapatos se pegaban al suelo al pisar los sesos desparramados de aquellas zorras. La oscuridad era casi respirable, se densificaba por momentos, había que apartarla para seguir andando. Buceábamos por ella.
            Llegamos donde aquellas cosas comían farolas. Una de ellas estaba derribada sobre un coche aparcado en la acera, estaba hecho cenizas. La acera se ensanchaba y vimos que había muchos más coches en estados similares hasta que descubrimos que aquello era un viejo concesionario de segunda mano: “Stan’s Used Cars” un tipo conocido por todo el mundo como un timador de primera clase, siempre conseguía lo que quería, solía vestir de vaquero y su grito de guerra con el que celebraba una venta era un: ¡Yiihaa!
            Nos adentramos, pisando cristales rotos de lunas reventadas con la esperanza de encontrar un vehículo válido. El ambiente era tenso, la oscuridad fluía por nuestros rostros y podía escucharla respirar acariciando mis oídos, como el sonido de un viejo asmático, bronquios congestionados. Entonces la oscuridad me habló, con esa voz rota, como una respiración, con suavidad, pero tan cerca que me pareció un grito susurrado: ¡muere!
            -¿Has oído eso? –Pregunté a Meatball alarmado.
            De pronto se escuchó un: ¡Yiihaa! Y empezó a sonar una musiquita vaquera desde el interior de la tienda, desde una radio vieja con interferencias. Era la típica melodía de los anuncios de Stan el timador.
            -Ya lo creo que lo he oído, esto todavía funciona.
            -No me refiero a eso, digo a esa voz, ha dicho que me muera.
            -¿Qué?
El suelo empezó a temblar, la conversación quedó en un segundo plano. El cartel luminoso de Stan (que ya no iluminaba) explosionó. Saltaron miles de chispas y luego cayó al suelo. Fue estruendoso, una tormenta de cristales que saltaban y suelo que se agitaba. Yo caí, y desde el suelo pude ver como las farolas roídas volaban por los aires a gran velocidad. Algunos coches empezaban a elevarse y volvían a caer, había golpes por todos lados, hierros chirriando… todo flotaba.
            -¡Al suelo! –Gritó Meatball, haciéndose escuchar por encima de todo aquello.
            Se tiró al suelo y todo empezó a agitarse a gran velocidad, si me levantara, alguno de esos objetos flotantes me podía partir por la mitad. Las lunas de los coches se agitaban en el aire y reventaban, llovían cristales sobre nosotros mientras nos arrastrábamos de nuevo hacia la carretera. En nuestras cercanías caían objetos, era como salir de una cueva derrumbándose.
            Entonces, cubriéndome los ojos con la mano, levanté la mirada y allí estaba, aquella silueta, en la parte segura de la carretera. Mirando impasiblemente lo que ocurría. No pude ver bien su rostro, pero sabía que era ella, la conocía demasiado bien.
            -¡Sharon! –Grité.
            Pero Sharon no hizo caso, solo anduvo hacia el frente, hacia el frenesí. Volví a gritar, pero era inútil. Me arrastré tan rápido como pude para tratar de evitar que aquella trituradora flotante de objetos voladores la devorase, pero no lo conseguí. Solo pude ver como de un instante a otro, pasó a ser una nube de sangre oscura que se derramaba, mientras su descuartizado cuerpo flotaba con el resto de objetos.
            -¡Nooo!
            Cayó una lavadora a mi lado, y me seguí arrastrando; el suelo se hundía a mi paso, se abrían boquetes directos al infierno, pero no me detuve, llegué hasta la carretera, donde estábamos fuera de peligro. Entonces me quedé tendido boca abajo, sin estar seguro de si llorar o recuperar el aliento. Meatball puso su mano sobre mi hombro, también estaba a salvo, y cuando levanté la mirada, moviendo la cabeza señaló el concesionario. Volví a mirar y todo volvía a estar en orden, justo como estaba al llegar, ni un ruido, todo tranquilo, solo el viento susurrando, riéndose de mí. Viento y nada más, un cementerio de coches donde cientos de ellos no hacían nada. Todo se volvía irrazonable, inexplicable para mí, y también para Meatball.
            Me lo podía haber hecho ya mil veces, y yo no aprendería la lección. Ahora resulta muy sencillo para mí darme cuenta de que la oscuridad me juega esas malas pasadas, de que me seduce para atraerme a ella y hacerme más vulnerable, para jugar conmigo y mis sentimientos. Pero lo cierto es que nunca aprenderé, y cada vez me dolerá, me confundirá y me acercará más a mi derrumbamiento, a mi muerte.
            Nos marchábamos de nuevo, calle arriba, pero me giré una vez más. Todo estaba intacto, pero el charco de sangre de Sharon seguía ahí. Me detuve mirándolo, quería arrodillarme a su lado, a hablar con ella, a disculparme por no haberla podido cuidar. Justo cuando di el primer paso para acercarme, Meatball puso su mano en mi hombro. Lo miré y dijo: Ya está… Señalando nuestro camino con la cabeza. Yo sentí que despertaba, como sacado a golpes de una hipnosis, miré por última vez el charco antes de irme, hubiese jurado que me suplicaba ayuda, sin usar palabras, desde mi interior, desde una nueva forma de comunicación. Pero Meatball tenía razón, nos debíamos ir.
            Anduvimos hasta el final de la calle, ahí tropezamos con una verja oxidada, tras ella un jardín enorme, tras él unas escaleras de obra, y tras ellas la casa de Sharon. La mansión de Sharon, digna de una de las familias más ricas de la ciudad.
            Nos acercamos a la puerta de la verja, invadida por hierbas trepadoras de dudosa inocencia.
            -Déjame a mí. –Dijo Meatball. ¡Blam! Abrió la puerta de una patada y las gruesas hierbas fueron arrancadas de raíz. La puerta cayó fuera de sí y se camufló bajo el frondoso césped, haciendo un sonido fofo que pareció propagarse bajo el suelo.
            Leí el buzón donde ponía: White. Apellido familiar de Sharon. ¡Blam! Meatball también arrancó el buzón de cuajo de una patada.
            -¿Pero qué haces, subnormal? ¿Estás loco? ¿Por qué arrancas el buzón?
            -Disculpa, señor Cojones Mc Órden público. –Ironizó. -Tal vez se te haya olvidado que ya no van a recibir una mierda porque todo el mundo ESTÁ MUERTO. –alzó la voz en sus dos últimas palabras. –Subnormal tu padre. –murmuró en voz baja.
            -¿Qué has dicho?
            -Que te quiero, tontorrón.
            Ambos reímos por lo bajo y continuamos hacia la casa. La puerta principal estaba abierta, de madera con ventanitas de cristal. Gran parte del interior de la casa estaba hecho de madera, ahora podrida por la húmeda oscuridad, incluso crecían hierbas en el interior, parecía un invernadero decorado con mucho dinero y poco gusto.
            -Precioso. –Sugirió Meatball. –Pero un poco sobrecargado para mi gusto minimalista.
            -Cállate… ¿Has oído eso?
            En silencio se escuchaban golpes, pero no eran secos, eran melosos. Sonaban a pares, como los latidos de un corazón con eco, con mucho espacio vacío entre cada par de latidos. Fuera el viento se endurecía y nos encerró con un portazo, ahora encerrados, el latido era más poderoso. Incluso notaba una ligera diferencia de presión en la piel de mi rostro con los latidos, creo que se sincronizaron con los míos.
            -Tío, aquí pasa algo. Deberíamos irnos. –Advirtió Meatball. Pero algo en mi interior me imploraba que entrase. Que fuese más allá, hasta el cuarto de Sharon.
            -Solo será un minuto, iré a su cuarto y saldremos de este lugar. Puedes esperarme aquí si quieres.
            -Estupendo, así podré criticar el mal gusto de esta gente al decorar la casa sin que te ofendas… ¿Qué? Esto está demasiado sobrecargado… ¿Tengo razón o no? Entenderé tu silencio como un sí. ¡Eh! ¡Cojones! Ten cuidado.
            Me adentré en el pasillo hasta la escalera que subía al piso de arriba, la madera crujía bajo mis pies. Subía lentamente pendiente de los crujidos, y justo entonces me quedé clavado, la madera cedió y mi pie se clavó. Los latidos aceleraron, como si se hubiese asustado.
            -¿Estás bien? –Escuché desde abajo.
            -Sí, no es nada.
            -Pues deja de tropezar y coge algo de una vez. He encontrado unas escopetas entre tanta decoración, pero no hay munición, sería genial que encontrases algo. Deben de valer miles de dólares, son algo único.
            Meatball calló y continué subiendo. Atravesé otro pasillo hasta la puerta que buscaba. Entonces giré el pomo y la puerta gimió mientras se abría. Una luz blanca cegadora escapaba de la habitación, no se podía ver el interior. Al abrirse la puerta me vi envuelto en aquella luz y escuché un pitido, los latidos se intensificaron más que nunca. Recuerdo preguntarme si me había desmayado, si había muerto y eso era el cielo o si acababa de volver de una rave con música y drogas, pero nada de eso…
            La luz se disipó y me encontré dentro de su cuarto, perfectamente iluminado, tan nuevo, pulcro y ordenado como siempre estuvo. Una decoración blanca exquisita… estaba como en otra dimensión donde nada malo había ocurrido, y entonces…
            -Por fin has venido a por mí. –Empezó una familiar voz femenina.
            -Sharon… yo… pensé que…
            -¿Había muerto? No… sigo viva, por ti. Con el único propósito de hacerte feliz.
            Se veía tan guapa… Su largo cabello castaño, con un vestido coqueto blanco que cubría la piel más suave que un hombre tenía sensibilidad para poder apreciar. Me abrazó, se colgó de mí como de un último recurso, con confianza absoluta, y yo la rodeé. La toqué, deslicé una mano entre su cabello y su nuca; la otra fue derecha a su culo. Lo apreté al mismo tiempo que olí su cabello con melancolía, excitándome con sus curvas y fragancia.
            -Llevaba esperando esto mucho tiempo, amor mío. Este momento es nuestro, nadie nos lo arrebatará. –Me susurraba.
            Me llevó hasta su cama y me tumbó en ella, me besó el cuello mientras me frotaba de arriba abajo. Yo agarraba su cabello lujuriosamente sin soltarlo. Poco a poco descendía, su rostro acariciaba mi torso sin dejar de besarme hasta que sus manos chocaron con mi pene. Creí que estallaba, su dureza solo se equiparaba a su sensibilidad, tenía más sangre que yo en el resto de mi cuerpo, podía ponerle un nombre y dejar que él pensara por nosotros a partir de ahora.
            Yo me dejé llevar, quise disfrutar, me relajé y cerré los ojos, y ella dijo una cosa más:
            -Esto va a ser inolvidable, cojones.
            ¿Cojones? –Pensé. ¿Cómo cojones sabe que me llamo cojones? Era algo que ella no podía saber. Sentí de nuevo aquel latido, todavía más poderoso. Abrí los ojos, todo era oscuro de nuevo y la habitación estaba también podrida por la humedad. En mis manos se quedó el cabello deshidratado de Sharon. Rápidamente miré entre mis piernas y lo que había ahí no era Sharon. Era un ser liso, como un muñeco de trapo de tamaño humano, todo marrón, como el famoso “Zack Boy” de “Little Big Planet” pero con las cuencas de los ojos vacías y una expresión con la que parecía plasmar miles de años de dolorosa tortura.
            Al verme lanzó un gruñido que más bien pareció un bostezo mientras su cara se deformaba y enseñaba unos afilados dientes. Se lanzó hacia mi cadera a intentar arrancarme el pene con tal dentadura, pero hundí su cara de un rodillazo, me levanté y pisoteé su cara con rabia, como si fuese el culpable de que Sharon no estuviese aquí. Luego le di puñetazos sin que dejase de lanzar su gruñido bostezo. El suelo se rompía de los golpes, estaba muy podrido y yo estaba desbocado, gritaba como un loco.
            Finalmente acabé con aquello y me levanté extasiado, mi respiración se aceleraba igual que el corazón de la casa. Entonces apareció el resto. La colección de muñecas que Sharon tenía en su habitación caían de su estantería sin orden alguno, pero esas muñecas de trapo se levantaban de nuevo y enfocaban su mirada en mí. Andaban torpemente, ahora eran ellas las que parecían zombies y también entonaban el famoso bostezo del ser de penosa expresión torturada.
            Solo dudé durante el primer segundo, justo antes de empezar a patear muñecas. De pronto, se detuvieron todas, cambiaron su registro vocal y lanzaron por primera vez un grito agudo, justo antes de explotar. Parecía que explotaban a raíz de alcanzar un registro tan agudo e irritante. Las plumas que las rellenaban quedaban suspendidas en el aire, cayendo con delicadeza. Pero en su lugar, aparecían las criaturas que las poseían. Eran las crías de aquellas criaturas que devoraban farolas, aquellas que se aprovechaban de torsos humanos sin extremidades para ocultarse, éstas también sacaban sus garras del torso sin ningún patrón, para ellas, el torso era como un saco al que agujerear.
            Llovían plumas, y una de esas criaturas saltó sobre mí, enganchó sus garras a mi pecho y rodé por el suelo hasta la cama. Mordían y cortaban, se subían a mí como pirañas devorando un antílope que intentaba en vano deshacerse de ellas.
            Pero una vez más, se presentó ese ángel guardián al que me gusta llamar Meatball. La puerta se abrió y asomó un arma. ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! Entró a tiros y se cargó todo insecto viviente, no me cabe duda que disfrutaba con ello, rebosaba rabia. Estoy seguro de que estaba tan enfadado que sus disparos dolían más de lo que solían. Me quitó de encima aquellas criaturas a patadas y las remató a tiros. Entonces me tendió la mano y dijo: ¿Todavía vas a decirme que deje de patear cosas? Venga, salgamos de aquí echando leches, encontré munición. Yo abriré el camino.
            Salimos de la habitación corriendo, llegados al pasillo, la casa se agitaba, las garras de más criaturas atravesaban las paredes para alcanzarnos; del suelo surgían manos que nos intentaban coger por los tobillos. Las criaturas se multiplicaban, había grandes y pequeñas, crías y adultos que gritaban y gruñían, según su naturaleza se lo permitía. Las paredes y suelos de madera se destruían a nuestro paso al ser atravesadas por aquellos seres, pero Meatball abría paso con la escopeta, yo solo lo seguía a toda velocidad por un pasillo que se cerraba sobre nosotros, cada vez más…
            Llegamos a una puerta, la atravesamos y nos vimos dentro de la cocina. Algo extraño ocurría, Meatball no se había dado cuenta, pero yo conocía esta casa, y sabía que el pasillo que habíamos atravesado no era el de siempre, sabía que la cocina no estaba en el piso de arriba.
            -Meatball, algo está pasando, la cocina no debería estar aquí, ésta debería ser la habitación de sus padres.
            Meatball miró a su alrededor. El horno estaba en marcha, con la luz encendidad y parecía tener un pollo dentro dando vueltas. El corazón seguía latiendo, siempre presente, en un segundo plano. Meatball miró la ventana y dijo:
            -No importa lo de las habitaciones, saldremos por la ventana.
            Corrimos hasta la ventana y saltamos por ella, rompiendo el cristal que daba al exterior y caímos al otro lado entre mil cristalitos diminutos. Pero no era el exterior, caímos en una nueva habitación más pequeña. Confusos, corrimos desesperadamente en busca de la salida que se escondía de nosotros. Cruzamos la puerta de la habitación pero solo había un baño pequeño, sin salida.
Decidimos volver atrás por la ventana, volver a la cocina. Pero tras la ventana ya no había una cocina, estábamos de nuevo en un pasillo, otro diferente al anterior. La casa jugaba con nosotros como un cubo de rubik en el que se intercambiaban las posiciones de los lugares. Como el hamster que pasa de un brazo al otro de su dueño sin llegar a ningún lado.
Atravesamos de nuevo el pasillo a toda velocidad, perseguidos por más criaturas que salivaban viscosos jugos rojizos solo con vernos. Nos detuvimos frente a una ventana en el pasillo por la que se podía ver el exterior. Igual como la que había en la cocina.
            Solo nos detuvimos unos instantes, pero fueron eternos, instantes en los que nos dimos cuenta que estábamos atrapados. Podíamos ver el exterior, al otro lado de un fino cristal que alcanzaría solo con alargar la mano, pero sentía que cientos de kilómetros me separaban del lugar que veía. Tuve tiempo de pensar en lo ridícula que se vería mi cara desde fuera. Aquella decepción plasmada en mi rostro, y al exterior, mirando hacia el oscuro cielo, lanzaba una pregunta sin saber si alguien sería capaz de respondérmela: ¿Existía alguna forma de escapar de ese laberinto plagado de criaturas?

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