Survival Horror

Survival Horror

miércoles, 23 de noviembre de 2011

3. ATAQUE AL CORAZÓN

            Me salvó… Por algún motivo que todavía desconozco, el destino había colocado a aquella persona a mi lado para mantenerme vivo. ¿Hasta cuándo Meatball seguiría salvándome el pellejo? A veces me pregunto si todo esto está ocurriendo, o si ya ha ocurrido. Si todo forma parte de un plan divino en el que juego un importante papel o si tan solo se me ha enviado un ángel guardián para retrasar el momento de mi muerte. Es mejor no preguntarse nada… solo andar, correr, lo que haga falta, a veces nos venimos abajo… a veces es mejor callar. El más mínimo recuerdo podría sembrar una semilla de oscuridad en nosotros, ahora recordar era nuestro peor enemigo; sinceramente, a veces es mejor callar. Romper un cristal o abofetearse a uno mismo, pero callar…
            Miro a Meatball, imaginando de nuevo esa hoguera donde solo hay un destello casi muerto. Ya no tirita, el frío lo ha llevado a las convulsiones. Miro su ennegrecido y arrugado rostro y veo un tipo duro imponerse al frío, una máquina de luchar capaz de patear el culo de cualquiera que se le interponga. Siempre parece dispuesto, seguro de sí mismo, como una leyenda viva en el arte de la supervivencia que me arrastra hasta un lugar seguro, lejos de la oscuridad. Pero sé que esconde algo… su interior es muy distinto a lo que yo conozco de él, sé que tiene algo en su interior, sentimientos reprimidos, cosas terribles. Y yo… tengo miedo. Tengo miedo del día que no pueda mantenerlas a raya y lo derrumben.

            -¡Maldita sea! ¿Cómo demonios vamos a salir de aquí? –Gritaba Meatball.
            La casa de Sharon se convirtió en una trampa mortal, jugaba con nosotros, nos ponía a prueba. Incluso pude ver la desesperación en el rostro de Meatball, quien miraba a su alrededor con ojos desorbitados. Yo me agaché un momento, sentí punzadas en mi pierna, tuve que rascarme inmediatamente.
            ¡Crack! Las paredes crujieron, los cristales de la ventana saltaron en pedazos, y por ambos lados fuimos invadidos por nuevas criaturas. Por la ventana asomaban numerosos brazos intentando agarrarnos, la pared era atravesada por aquello que invadía la casa, aquellos seres similares a muñecos de trapo zombies. Cada vez que veía aquellos rostros desalmados, aparecían visiones; mi cerebro proyectaba imágenes de sus almas siendo torturadas, se inyectaban en mí como dosis de una droga depresiva.
            A nuestras espaldas se abrían más agujeros en la pared, la casa se derrumbaba con nosotros dentro y solo podíamos correr en círculos. Pero de eso trata todo esto, de correr, y si es en círculos, todavía mejor. Desde que el mundo murió, tan solo nos hemos dedicado a eso, así que corrimos convencidos de ello.
            -Abriré paso. -Meatball sacó la escopeta de nuevo y machacó a dos de ellos para poder pasar.
            -¿Cuántas balas te quedan? –Le pregunté.
            Entonces me apunto a la cabeza, pude ver incluso el interior de los cañones. El tiempo se paró cuando apretó el gatillo, pero no pasó nada.
            -¿Contesta eso a tu pregunta?
            -No hacía falta ser tan explícito. –Empalidecí en un segundo.
            -¡Corramos! –Sugirió finalmente. –Hacia las escaleras ¡Vamos!
            A nuestro paso, más manos atravesaban las paredes, rozándonos con la yema de los dedos. La muerte nos acariciaba literalmente con la frialdad que la caracteriza, de la forma más grotesca posible y sin importarle lo más mínimo las formas.
            Cogí del suelo una madera rota proveniente de las paredes, estaba astillada y era puntiaguda. Meatball sacudía las criaturas a culatazos con la escopeta y yo con la tabla de madera, a dos manos, como si de un mandoble pesado se tratase.
            Uno de esos monstruos salió justo entre Meatball y yo, se interpuso en mi camino y me agarró por la camiseta. Aplasté su cabeza con la madera utilizando todas mis fuerzas, ésta madera se rompió definitivamente, pero su cuello también crujió. Tardó dos segundos, pero cayó al suelo fulminado. Continuamos corriendo.
            -¡Oh mierda! La escalera es inviable. ¿Adonde vamos? –Pregunté.
            -Solo son muñecas de trapo, las apartaremos a patadas.
            -¡Quieto! Esas muñecas son…
            Pero Meatball ya corría escalera arriba, hacia un ejército de muñecas de trapo con los ojos inyectados en rojo que descendían mostrando sus colmillos, cayendo de escalón a escalón. Las muñecas lanzaban un cántico hipnotizador, como una melodía infantil que hacía: “nana nana naanaa, juega conmigo…” y demás letras que repetían la misma tonalidad.
Intentamos pasar por encima de ellas, las aplastábamos, pero había miles. Resbalábamos sobre ellas, pero pisoteábamos sin miedo, tan fuerte que la escalera crujía, no parecía ir a aguantar mucho más. Efectivamente comenzó a derrumbarse, gracias a lo cual, las muñecas cayeron. La escalera se iba a pique y nosotros con ella, las muñecas amortiguarían la caída segundos antes de clavarnos sus colmillos.
            Meatball saltó, alcanzó el piso de arriba, yo me tambaleaba. Me cogí a la barandilla que todavía se sostenía firme y me enganché a ella. La escalera se derrumbó finalmente, entre escombros ondeaba una marea de criaturas a escasos metros bajo mí. Subí hasta el piso de arriba cogido a la barandilla y continuamos corriendo. Sin saber exactamente hacia dónde, la cuestión era correr.
            -¿Lo ves? –Insistió Meatball.
            -¿Que si veo el qué?
            -Te dije que las machacaríamos, tío. Ha sido genial.
            -Por supuesto, me he quedado tendido sobre cientos de afilados colmillos gracias a una barandilla que podía haber cedido en cualquier momento. Pero sí, tenías razón.
            -No seas tan irónico. Tú conoces la casa ¿no? ¿Hacia dónde vamos ahora?
            -Digamos que conocía la casa antes de que se convirtiese en un laberinto indescifrable, pero… veré que puedo hacer. ¡Sígueme!
            El pasillo era recto, las puertas se sucedían una tras otra  hasta el final donde una gran puerta lucía brillante como la escapatoria definitiva. Pero a medida que corríamos, la puerta se alejaba, el pasillo se estiraba. Podríamos correr varias horas y nunca llegaríamos al final, y mientras tanto, se escuchaban los alaridos de las criaturas frustradas por no darnos caza. Debían estar realmente furiosos, me estremecía con sus gritos y mis manos se enfriaban por el pánico.
            -Subiremos por aquí, es imposible llegar hasta el final.
            -¿Por donde, cojones? Aquí no hay nada.
            -¿A no? Déjame tu escopeta.
            Con ella empujé el techo del pasillo y una parte se movió hasta mostrar un hueco por el que nos podíamos colar.
            -Veo que el recuerdo sigue fresco en tu mente. Muy buena, tío.
            -Por suerte, algunas cosas nunca cambian. El desván oculto sigue en su lugar, subamos.
            Subimos de un salto y cerramos la compuerta de entrada de nuevo. Estaba lleno de trastos viejos y polvorientos, apenas visibles gracias a un pequeño rayo de luz menos oscura que penetraba por un pequeño ventanal redondo. Me acerqué y limpié su polvo, parecía mentira, pero ahora la luz llegaba mucho mejor. De nuevo me picaba la pierna, me agaché un instante a rascarme
–Malditas heridas. –Pensé para mí. –Se me van a infectar.
Miré todo aquello que nos rodeaba, mi vista se posaba sin relevancia sobre cientos de artículos diferentes hasta pararse en uno concreto. La guitarra de Sharon. Entonces entré en uno de mis abundantes estados de trance. Recordé los días mejores, en el jardín de su propia casa, las canciones que solía tocar con su guitarra, esas canciones que compartía conmigo de aquel grupo que tanto nos gustaba: “Say tomorrow, I can follow you there. Just close your eyes and sing for me. I will hear you, always near you and I’ll give you the words, just sing for me.”
En momentos como éste odiaba amarla tanto. Es un recuerdo que me cegó, no podía pensar en otra cosa, incluso llegué a olvidar lo atrapados que estábamos. No me cansaré de repetirlo… soy un débil, un ser sensible, un blandengue que no aguantaría aquí sólo ni dos días. Sharon estaba dentro de mí otra vez y me pedía que dejase de luchar, que me uniese a ella.
-Vámonos Cojones, este lugar no es seguro. Van a llegar aquí pronto.
La trampilla de entrada estaba siendo golpeada ya por las criaturas que siguieron nuestros pasos, pero yo estaba en otro lugar:
Cerraba los ojos y podía verme, corriendo por el pasillo, escuchando su música y entonces llegaba a aquella puerta brillante que había al final, la abría y una luz inmensa me cubría, me traía la paz.
-¡Cojones! ¡Vámonos!
-Lo tengo Meatball. Tenemos que ir a la puerta que hemos visto al final del pasillo, todavía no se muy bien cómo, pero tenemos que llegar hasta ella.
-Perfecto, ¿Y has pensado cómo nos abriremos paso hasta allí?
-Sí, si no recuerdo mal… ¡Eureka!
Saqué una placa para colgar en la pared en la que lucían dos sables.
-Son decorativas, pero servirán, sabía que no eran del gusto del padre de Sharon y las guardaba aquí.
-Bendita sea la decoración de doble filo. –Concluyó Meatball blandiendo la suya. –Y ahora… -Me miró serio con la espada cogida y dijo: -Cortemos.
Ésa era su forma de decir: En marcha; ahora que tenía un sable. Meatball corrió hacia la ventana y saltó como solíamos hacer, esperando aterrizar en algún lugar inesperado de la casa.
Y así fue, apareció donde menos esperaba, pero un piso más abajo, la caída fue inesperada. Cayó en el garaje sobre un “pick-up”, una furgoneta de estilo americano que acabó hundida dibujando la silueta de Meatball en el capó, allá donde quedó encajado. Me asomé y pregunté:
-¿Estás bien, tío?
No respondía, parecía haberse quedado sin aire, no podía moverse y solo escuchaba respiraciones forzosas e intentos fallidos del habla. Me descolgué suavemente y descendí sobre la furgoneta. El sable de Meatball se había clavado en su mano de alguna forma en la caída. Por primera vez tosió y articuló palabra:
-Creo… creo que estoy bien. –Dijo todavía sin aire. -¿Cómo está mi mano?
-No está todo lo bien que te gustaría, pero estás bien.
Aquí, los rugidos de las criaturas quedaban más lejos, ahogados por paredes y metros de distancia, se respiraba una relativa tranquilidad. Aprovechamos para recuperar el aliento, sobre todo Meatball, y hacerle un remiendo en su mano.
Luego intentamos abrir la puerta a la calle, pero estaba cerrada, y la puerta que entraba a la casa también, la única salida era el techo, la ventana por donde habíamos entrado. Pero de momento, éste parecía un lugar seguro y decidimos pensar un segundo. Me senté en el suelo, pensaba en Sharon y sus canciones, aquello había llegado muy hondo, había conseguido olvidar todo eso por completo y ahora volvía a mí, aquello que había dejado atrás cuando el mundo aún vivía. Estaba muy preocupado, me encantaba recordarlo, aun más vivirlo, sin mebargo me horrorizaba pensar que ya era imposible revivirlo. Me rascaba la pierna inconscientemente mientras hacía un esfuerzo por comprender lo que significaba “NUNCA”. Nunca más volvería a sentir todo aquello, no era difícil de asimilar, era difícil comprender las palabras: nunca más. No podía imaginarme de otra forma que acariciando su pelo mientras me cantaba, sin embargo, eso era todo lo que podía hacer, imaginar. Una sensación que se perdía en lo más profundo de la oscuridad, más lejana cada segundo que pasaba.
Miré el sable, lo había dejado delante de mí, tendido en el suelo. Por momentos lo imaginé clavado en mi estómago, y yo cayendo de rodillas mientras me desangraba, luego tumbado de lado… Y luego boca abajo, apoyando mi cara contra el suelo, apretando los dientes y puños en un charco de sangre mientras mi amada bajaba del cielo a recogerme, cantando como siempre lo solía hacer.
Mi vista se desenfocaba mirando el sable. Alargué mi mano para alcanzarlo, seducido otra vez, pero ahora por mis propios recuerdos que imploraban que hiciese lo que debía hacer. Entonces vi una luz, salía de debajo del coche. Conseguí dejar aquello en un segundo plano.
-¿Qué es eso? –Preguntó Meatball. –Viene una luz fuerte de debajo del coche. ¿Qué es lo que hay?
Me escurrí por debajo del coche hasta la luz, y vi que en el suelo estaba aquella puerta brillante, aquella que tenía la certeza de que conducía a la salida.
-Está aquí, joder, está aquí. Es la puerta, tenemos que abrirla como sea.
Intenté abrir, pero el coche me lo impedía, no tenía el margen suficiente para poder entrar.
-Hay que apartar el coche como sea. Pero tenemos que entrar. Piensa en algo, Meatball.
¡Crunch! La puerta que conducía a la calle crujía, su parte baja era atravesada por unos pinchos que trataban de agujerearla para entrar.
-Rápido Meatball, busca un gato en las cajas de herramientas. Yo te conseguiré tiempo, me encargaré de detener lo que sea que venga.
-Muy bien, toma esto. ¡Utilízalo!
Me lanzó una maza de un tamaño considerable, podía ser más efectivo que el propio sable contra enemigos pequeños. Y entonces entraron, consiguieron agujerearla.
-¡Reptantes! Meatball, date prisa.
-Ya voy, hago lo que puedo. ¿Dónde hay un puto gato? Maldita sea, aplástalos cojones.
Entraban deslizándose. Serpenteantes y rápidos como solo había visto ser a los reptantes. Allá fuera se escuchaban rugidos, estaba lleno de cadáveres degollados vomitando todavía más reptantes. Yo no quería que pusieran huevos en mí y me tomaran como a uno de esos cuerpos vacíos. Pisoteé, aplasté a todos los que se atrevían a entrar, pero pronto el número creció, también el de agujeros, era imposible tenerlos controlados a todos y un gran número comenzaba a invadir el garaje.
Meatball ya colocaba el gato bajo el coche que él mismo abolló. Empezó a bombear torpemente por los nervios. Los reptantes entraban, pero yo no les importaba, iban directos a por Meatball, yo parecía no existir para ellos.
Pronto el garaje estuvo lleno, se enganchaban a Meatball, movían sus colas sin relajar sus mandíbulas. Meatball gritaba de dolor, pero no se detenía, como si nada pasara, se esforzaba titánicamente en bombear el gato y finalmente levantó el coche.
-¡Vamos! –Dijo ya casi rodando bajo el coche para abrir la puerta. La abrió y entró, con los reptantes todavía enganchados a su cuerpo. Yo corrí tras él, pero antes de entrar, vi el sable y recordé brevemente lo cerca que estuve de clavármelo. Alargué la mano para cogerlo y entré por la puerta.
Clinc… Al entrar, se escuchó un sutil sonido metálico, como un diapasón comprobando que todo funcionaba perfectamente. Los reptantes habían desaparecido. La luz nos cegó pero pronto se disipó y nos pudimos encontrar andando, de nuevo, dentro de aquella cocina en la que hace poco estuvimos, pero con una peculiaridad. Las criaturas habían callado, el silencio solo era roto por el eco del diapasón, que resonaba ahora distorsionado, casi electrizante. La cocina estaba perfectamente iluminada de blanco y ordenada como solía estarlo. Era como una dimensión paralela. De nuevo escuchaba latir aquel corazón que nos acompañaba desde que entramos en la casa, hasta ahora había sido sofocado por los gemidos de las criaturas, pero ya no había nada más que latidos. Potentes y densos latidos que retumbaban en mi pecho.
-Meatball… -Nuestras voces sonaban como si estuviésemos bajo el agua a metros de distancia, con un eco sordo preocupante. También nos movíamos a cámara lenta, como en esas pesadillas en las que quieres correr, pero no puedes.
-¡Cojones! ¿Qué es este lugar? ¿Qué ocurre?
-No lo sé… Mira.
El horno continuaba encendido, algo dentro se movía suavemente mientras se horneaba. Igual que la última vez que estuvimos aquí, pero solo ahora decidimos acercarnos a abrirlo.
Al abrirlo retrocedimos varios metros, Meatball se echó las manos a la boca intentando contener el vómito. Era asqueroso, había un corazón gigante ahí dentro que desprendía calor. Él era el causante del latido que se escuchaba en toda la casa. Se podía apreciar con todo detalle su movimiento, contracción tras otra. De él escapaban varios tubos enormes que entendí como arterias que se hundían en la construcción de la casa.
-¿Qué demonios es esto? –Meatball se había recuperado de sus arcadas.
-No lo se, ¿Qué crees que debemos hacer?
-Déjame que te lo muestre.
Arrancó el sable de mis manos y sin dejar que el raciocinio interfiriese en sus actos lo clavó en el corazón. Súbitamente dejó de latir. El tiempo pareció detenerse, incluso el diapasón.
El suelo empezó a temblar, las paredes de la cocina parecían derretirse, pero no, era sangre. Las paredes sangraban, la luz se marchaba, todo volvía a estar como antes, pero poco a poco el lugar cambiaba. Era difícil mantenerse de pie con esos temblores.
Pronto nos vimos en un lugar completamente diferente, ya no era una cocina, sino el interior de un cuerpo, era como estar en la cavidad torácica de alguien y estaba inundándose de sangre. Parecíamos estar dentro de un monstruo gigante que se agitaba de dolor, incluso podían escucharse alaridos.
Se crearon agujeros en el suelo y de ellos salieron enormes gusanos blancos, con la peculiaridad de que tenían garras y buenas mandíbulas.
-¡Joder, son todavía más feos que tú! Cojones, tenemos que irnos de aquí.
-Ya te dije que no comieses caramelos, o te saldrían lombrices intestinales. Usa el sable, volveremos por donde hemos venido.
Se acercaban correteando con sus numerosas patas diminutas, pero nos escapamos por la puerta. Llegamos al pasillo, era como el interior de una arteria y la sangre nos llegaba hasta las rodillas. Era tan densa que había que correr a saltos. Mientras tanto, en las paredes crecían bultos de la nada, como granos gigantes, con la punta blanca rellena de grasa.
¡Slash! Los granos explotaban, salpicaban malolientes entrañas y de ellos salían más lombrices. Se deslizaban invisibles bajo el río de sangre, y podía ver que eso ponía nervioso a Meatball, pero todavía más a mí. No sabíamos hacia dónde apuntar los sables, y sabiendo lo que había ahí abajo, sentir que algo rozaba tus piernas hacía que desearas que te las cortaran. No podía creer que estuviese soportando tal asco, estaba incrédulo, me detuve para sofocar unas arcadas, pero entonces sentí un zarpazo en las pantorrillas. Seguidamente el gusano emergió a la superficie, gritó y se abalanzó sobre mí. Por suerte solo tuve que sostener el sable en su dirección y él mismo se ensartó. De sus heridas supuraba más sustancia, algo blanco y burbujeante que parecía contener insectos.
-Meatball, estas cosas están llenas de más bichos. Debemos correr.
Meatball vomitaba, yo vomité consecuentemente. La sangre subía, cada centímetro que ascendía era un centímetro más de pánico, un centímetro de libertad para aquellas lombrices. Nos ahogaríamos o nos devorarían.
Sentía que mis heridas escocían, la sangre era un puchero con nuestros vómitos, sudor, insectos y vísceras. Descubrí que era casi más rápido buceando en la sangre, me podía coger a los granos por estallar de las arterias para impulsarme. Vi un rayo de esperanza al descubrir que los dejábamos atrás. Salí a la superficie a coger aire, y entonces descubrí que no debía alegrarme tanto. Apenas pude sacar la nariz, había llegado casi a la inundación completa.
Solo quedaba bucear, con las lombrices acercándose y el aire alejándose. Bajo la superficie era imposible ver nada, a veces chocaba contra pedazos de carne que flotaban. Ya comenzaba a sentir esa presión en el pecho, mis pulmones se consumían a sí mismos, sorbían hacia ellos para atraer el aire, pero yo no tenía nada que ofrecerles. Casi llegué a olvidar qué hacía, buceaba solo pendiente de mi respiración, y entonces fue cuando choqué contra una pared. Era una puerta.
Meatball y yo intentamos golpearla, pero no cedía. No pude evitar tomar una bocanada de aire, la sangre empezó a encharcar mis pulmones y perdía el sentido. Meatball cogió mi sable y lo clavó en la rendija de la puerta, solo sé que estuvo forcejeándola, lo próximo que recordé fue ser arrastrado hacia el otro lado. La puerta se abrió, y nosotros fuimos conducidos afuera como por un tobogán de agua.
Caímos definitivamente al jardín de la casa, aparentemente libres de peligro. Ésta se derrumbaba, gemía y temblaba, se caía a pedazos mientras seguía saliendo sangre por la puerta principal, pero en dosis ya no peligrosas. El jardín se teñía levemente de rojo y nosotros estábamos empapados en ese color.
Tosíamos sangre, mis pulmones recuperaban su tamaño y vitalidad habitual, pero mi cerebro seguía conmocionado. Estaba aturdido, veía borroso como Meatball se retorcía a mi lado:
-¡Coff coff! Espero ¡Coff! Que después de llevarnos hasta aquí. ¡Coff! Al menos hayas cogido algún recuerdo. ¡Coff! –Dijo sin emplear fuerzas en mirarme.
Yo miré en derredor. Vi la casa muriendo, habíamos escapado y entonces lo recordé, y en respuesta a Meatball pensé:
-Desgraciadamente… sí.

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