Survival Horror

Survival Horror

miércoles, 30 de noviembre de 2011

4. ABANDONADO POR UN ABRAZO


-¡Coff coff! Espero ¡Coff! Que después de llevarnos hasta aquí. ¡Coff! Al menos hayas cogido algún recuerdo. ¡Coff!
Desgraciadamente sí lo había hecho. ¿Qué había cogido? No estaría bien decirlo ahora, lo cierto es que había cogido algo, pero no podía imaginar cuan importante y determinante eso podía llegar a ser en un futuro.
Hasta pasado mucho tiempo no descubrí todo lo que había cogido, por eso hablar de ello ahora no sería apropiado. Es increíble cómo el cambio que ha sumergido el mundo en la devastación otorgaba tanto poder a algunas cosas… algunas cosas que antes no podía ni haber imaginado el importante papel que ahora jugarían.
He de admitir una cosa, hasta ahora nunca antes había estado cubierto de sangre, y mucho menos podía esperar que fuese de un monstruo gigante con forma de casa. Pero solo entonces supe lo incómodo que era. Hubiese matado por librarme de aquella mierda resbaladiza, y algo me hacía pensar que Meatball también.
-Maldita sea tío. Tenemos que hacer algo… ¡Tenemos que hacer algo! Así no podemos seguir, hace demasiado frío para ir mojados. –Dijo todavía revolviéndose por los suelos.
-Lo sé, lo estoy notando. –Me incorporé y noté la brisa magnificada sobre mi mojada piel.
Los pelos se me erizaban y empezaba a temblar. Meatball también se levantó abrazándose a sí mismo, lanzando vaho a discreción. Estaba irreconocible bajo esa rojiza capa, con el pelo aplastado.
-Aquí arriba el viento es mucho más fuerte, deberíamos bajar y buscar un lugar de refugio donde descansar y lavarnos. Esto puede ser peligroso.
-Estoy de acuerdo. Vámonos. -Gritó Meatball, gritaba porque el viento se tornaba poderoso, levantaba un mechón de pelo en su coronilla y le obligaba a gritar para hacerse oír por encima de él. –El viento está aumentando, debemos darnos prisa.
La casa de Sharon estaba en lo alto de una colina, y por eso el viento era más fuerte ahí. Incluso su jardín tenía una estructura descendente. El césped estaba muy alto y descuidado, a un lado había un árbol que antiguamente ocultaba una caseta. Cerca había un cajón de arena, la cual tenía un color casi negro; y más adelante un triciclo que el viento sacudía, pero permanecía empotrado contra una reja de hierro.
Tuve un flash, por un instante pude ver aquel triciclo meses atrás. Era un recuerdo, sé que alguien lo montaba, un niño pequeño, pero no lo recuerdo con claridad. Había algo de familiar para mí en ese triciclo que no era capaz de descifrar.
Continuamos andando, hacia la salida del jardín, la puerta de hierro que lo delimitaba chirrió otra vez y la atravesamos. El viento golpeaba con violencia, en el peor momento, cuando más húmedos estábamos y entonces… arrancó el suelo, que empezó a flotar por el aire, como si fuesen finas y ligeras cenizas que flotaban agitados por la tormenta, como una flor de millones de pétalos que el viento hacía volar por los aires.
Ambos nos quedamos boquiabiertos al ver como el mundo se desvanecía hecho cenizas. Bajo él había quedado un nuevo terreno, la carretera estaba ennegrecida, parecía que la vitalidad que quedaba en el mundo se esfumaba poco a poco. Las cenizas se fusionaron en el aire, pasaron a ser parte del ambiente, que ahora, era todavía más oscuro y frío que antes. Ya no soplaba el viento cómo hacía hace un minuto, pero sentía que todo aquel frío estaba plasmado en cada pedazo de ceniza que ahora no era más que oscuridad. Una oscuridad que nos estrangulaba tan sutilmente que creíamos que nos abrazaba.
-Cojones, esto me da muy mala espina, si esto sigue así, pronto no podremos ver nada. No estaremos a salvo en ningún lado. Y no me gusta nada respirar esta cosa… huele a humedad.
-Ya lo veo…
Era deprimente ver cómo te acercabas lentamente a algo que no podías evitar, lo más próximo a ser enterrado vivo.
Pese a ello, nos dimos prisa en continuar hacia abajo. Sharon vivía en una urbanización, y nos dirigíamos al pueblo que había bajo la colina. Ya divisábamos los primeros edificios cuando Meatball se detuvo.
-Tío, aquí está ocurriendo algo, tengo un mal presentimiento. ¿No notas nada?
-Lo cierto es que me pica la pierna más que de costumbre, pero a parte de eso… nada. –Aproveché para agacharme y rascarme una vez más. Comenzaban a aparecer unos pequeños bultitos, indicadores de que algo me había picado, pero no le di demasiada importancia.
Más adelante, en el primer cruce del pueblo que había enfrente se derrumbó la carretera. Varios metros cuadrados de suelo se hundieron, y del fondo surgía una luz amarillenta. De pronto, una mano tan grande como dos de Meatball juntas se apoyó en un borde. Ambos nos miramos, y parecía ser que los dos sabíamos qué estaba pasando. Teníamos que correr, apartarnos de ahí antes de que saliera. No tuvimos más remedio que escondernos en el bosque.
-¿Lo habías visto antes alguna vez? –Le pregunté a Meatball.
-Ya hablamos de ello cuando nos conocimos… Te dije que albergaba la esperanza de que solo me lo hubiese imaginado, pero está claro que no fue así.
Observábamos entre los árboles cómo aquella cosa salía del inframundo. Con su otra mano arrastraba un cadáver, sin ni siquiera prestarle atención, como si fuese un simple complemento más de su vestuario. Era enorme y horripilante. Había visto cosas tan terribles que no podía dejar de verlas, pero lo cierto es que a esto no conseguía mantenerle la mirada mucho más de cinco segundos.
Por el agujero escapaban sonidos, ahí abajo se escuchaban golpes de hierros, y parecía estar todo al rojo vivo. El eco de algunos gritos y lamentos parecía escapar desde lo más profundo, como almas en pena que tan solo podían acercar su voz al exterior.
-Vámonos de aquí tío. –Sugirió Meatball. –No quiero volver a entrar a este pueblo nunca más.
-No te lo voy a discutir, amigo. Espero que esta cosa permanezca aquí cuando nosotros estemos en el Este del país.
Sin más opciones, tuvimos que entrar al bosque, ni tan solo un tipo duro como Meatball se avergonzaba de tener miedo de aquello.
El bosque era como una caverna, podía no tener salida. Su aspecto era agobiante: Los árboles lucían un techo uniforme de hojas, mientras que sus partes más bajas eran ramas secas como garras afiladas amenazantes. Era difícil andar, la oscuridad era densa y la sangre se secaba sobre nosotros hasta tirarnos de la piel.
El frío era penetrante, era una característica de la oscuridad, yo la respiraba y ella estaba fría; me abrazaba y yo la sentía fría… Tanto que me pareció que empezaba a nevar.
-Está nevando, Meatball. ¿Qué vamos a hacer? No podemos quedarnos a la intemperie.
-Es cierto que hace mucho frío, pero yo no estaría seguro de que esto sea nieve… es polvoriento, no se qué es, pero no es frío.
Algo extraño caía de los cielos, llegando a lo más profundo de este laberíntico bosque. Tenía la sensación de ser observado en todo momento, pero me conformaba con no ser atacado, juraría haber visto cosas moverse tras los arbustos, pero prefería ignorarlo en un vago esfuerzo por creer que estábamos solos.
Entonces, un grito aterrador de grave tonalidad provino desde el pueblo, los árboles se agitaron consecuentemente en la dirección opuesta, y cuando me di cuenta, estaba abrazando a Meatball.
-Lo que daría por no haber escuchado eso… lo que daría… -Confesé a Meatball.
-Tengo que pararme un momento. Lo siento, esto está superándome, necesito hacer de vientre, si no… otro grito así y no necesitaré bajarme los pantalones para hacerlo. Aguántame la chaqueta, por favor.
Meatball se alejó unos metros y se escondió tras unos arbustos. Yo sujetaba su ropa mientras sufría un largo silencio de espera hasta que…
-¡Cojones!
-¿Qué pasa?
-Nada… solo estaba maldiciendo. ¿Por qué ha de ser blanda justo cuando más prisa tienes? Voy a coger una hoja y lo arreglaré como pueda.
Cuando me di cuenta, estaba apoyado en un árbol, sus ramas pasaban pegadas a mi cuerpo. Quise moverme, pero las ramas me estaban aferrando, me di cuenta de que no me podía mover. Tenía los brazos cruzados sujetando la chaqueta de Meatball, y como en una camisa de fuerza, no podía moverlos.
-Meatball, tío. Ayúdame, creo que este árbol me ha hecho prisionero.
-Dame un segundo, si te muerde avísame.
Entonces empezaron a escucharse gruñidos a escasos metros por mi retaguardia, y algún ladrido sobrecogedor. Si era un perro, tenía una voz desgarrada por completo, pero firme.
-¡Meatball! Tienes que ayudarme ya. No hay tiempo.
-Ya lo oigo, voy. –Salió de detrás del arbusto, todavía subiéndose los pantalones.
Con una prisa más que considerable, se acercó a mí, agarró las ramas que me sujetaban e intentó tirar de ellas. Pero era imposible, no cederían. Sin embargo los perros estaban mucho más cerca.
-¡Sácame de aquí, tío! ¿A qué esperas? Venga vamos ¡Hazlo!
-No puedo tío. Aguanta, voy a patear las ramas. –Meatball tenía miedo, debía ver el pánico en mis ojos, pues yo ya mi imaginaba a mí en el futuro: un esqueleto enganchado a las ramas de un árbol que sirvió de banquete a unos perros monstruosos.
¡Blam! –Otra vez. –Gritó Meatball. ¡Blam! –Esto no está funcionando, Cojones. Una vez más. -¡Blam! –Maldita sea, no sé qué hacer ya. –Gritaba.
-Haz lo que sea, Meatball, ¡Lo que sea! Pero no me dejes aquí. Por favor tío, por favor… -Me aferraba a mis últimas esperanzas, suplicar, como si eso fuese a salvarme…
Los perros ya llegaban, era ahora o nunca, y Meatball no había dado con la forma de sacarme:
-Lo siento tío… lo siento mucho. ¡Lo juro, joder! Pero no he podido hacer nada, ¿Lo has visto, verdad? No he podido hacer nada, maldita sea.
-Sácame Meatball, no me abandones. No me dejes morir. ¡Me matarán! ¡Me van a matar!
-Prometo volver a por ti, ¿De acuerdo? –Dijo con afecto, sonando arrepentido por algo que aun no había hecho. –Prometo que volveré, amigo mío.
Meatball corrió, se alejó en la oscuridad en la misma dirección en la que andábamos antes, y yo me quedé ahí, atrapado por un árbol, con los brazos cruzados y la chaqueta de Meatball entre ellos. Gritando como un niño desamparado.
-¡Vuelve aquí, hijo de puta! No me dejes, eres un cabrón, mal nacido. Te encontraré y te mataré. Juro que te mataré. ¡Me resucitaré en forma de una de estas mierdas y te rajaré desde el culo hasta la boca! –Gritaba despechado.
Pero Meatball ya no podía volver, algunos perros lo perseguían, eran monstruosamente enormes y corpulentos, desde aquí apenas pude verlos, pero parecían jorobados y deformados por mutaciones espantosas. Mientras tanto, yo yacía de pie, llorando desconsolado. Pero hallaría consuelo en aquello que me unía al árbol, esa parte de mí que quería que siguiese ahí hasta ser sacrificado.
Cerré los ojos, los apreté como si quisiese exprimir mis lágrimas, hasta que todo se volvió blanco y puro.
-Sharon, allá voy, mi amor. –Susurré mientras sofocaba mis lágrimas. Mi voz rebotaba en mi cabeza una y otra vez. –Allá voy, cariño mío…
Entonces, cerca de mí escuché su voz, me cantaba al oído, de forma suave, bajito, de una forma muy sensual, celestialmente irresistible.
-¿Te acuerdas? Es nuestra canción. –Continuó cantando. –Vente conmigo, cantaremos juntos para siempre.
-Sharon… siento mucho no haberte protegido. Te fallé, pero todo es tan extraño ahora… No sé ni qué hago en este mundo, mi único amigo me ha abandonado. Y yo quiero reunirme contigo, pero no en el más allá, quiero vivir, Sharon… quiero sentir, rozarte, escucharte… pero vivir… -Agaché mi cabeza, asimilaba que ganaba a Sharon, pero perdía muchas más cosas.
-¿Vivir? Eso ya es cosa del pasado, ahora ya no puedes hacer eso, es tiempo para nosotros. De ti y de mí, solos… para siempre. –Me abrazaba.
Yo intenté sonreír, asentir y hacer ver que me alegraba, pero en mi interior no era así. Mi cabeza solo podía pensar: Meatball, ¿Por qué me has abandonado?
Empecé a sentir rabia, a desear el mal, Sharon notó un cambio en mí.
-¿Qué te pasa? ¿Es que no te gusta lo que te ofrezco?
-¡Aparta de mí, maldita puta! –No se ni por qué grité eso. Pero la cuestión es que algo me pedía que lo hiciese, las ganas de vivir, supongo, la necesidad de culpar a alguien por todo.
Sharon se apartó de mí entristecida. Dejó de abrazarme y me miró con el ceño fruncido.
-Igualmente morirás, y te pudrirás solo, hecho pedazos en el infierno. Tú y tu maldito amigo, ése que te abandona cuando las cosas se tuercen.
Se alejó. Su cara se volvió oscura, se inundaba de ira. De su piel salieron cortes de la nada y comenzó a supurar sangre, cada vez más hasta desaparecer.
Estaba de vuelta en el regazo de aquel árbol. Sharon ya no me abrazaba, y el árbol tampoco. Entonces extraje una rebuscada conclusión, pero no era el momento de discutir sobre ella, estaba libre. Libre pero amenazado por dos perros deformados. Uno de ellos tenía un colmillo que atravesaba su propia mandíbula, increíblemente mayor que el resto de dientes. Eran unos absolutos deformes.
Uno de ellos saltó ferozmente hacia mí, yo me pude apartar torpemente, tropezando casi por fortuna con una gigantesca raíz. Caí al suelo, me arrastré a toda prisa hasta ponerme de pie. Aquellas bestias me perseguían mientras yo corría tanto como podía.
-¡Meatball! –Grité, fundiendo mi voz con los rugidos. Fue inútil, nadie contestaba.
Giré mi cabeza para ver a mis perseguidores, los tenía encima. Incluso pude ver el camino de babas que dejaban a sus paso. Yo les hacía salivar, pero era algo tremendamente exagerado. Sentía la calidez de sus alientos en mi retaguardia, aquel hedor putrefacto tan característico de las criaturas… Me había liberado del árbol, pero empezaba a entender que no tenía escapatoria, y posiblemente Meatball tampoco la tuvo.
Vi como uno se lanzaba a por mí, yo intenté saltar para esquivarlo, con la suerte, nuevamente, de que mi pie cayese sobre su cabeza. Me apoyé con fuerza para dañarlo lo máximo posible y pivoté con todas mis fuerzas para intentar patear al otro perro. Mi tibia impactó en su deformado hocico. Incluso rompí aquel diente gigantesco que sobresalía de su mandíbula.
Había ganado apenas unos segundos, debía correr. Cuando lo hice descubrí que mi espinilla pendía de un hilo, el golpe había sido doloroso para ambos, casi no podía apoyar esa pierna, y ni mucho menos volver a ser rápido. No había ganado nada de tiempo, solo un problema más.
Los perros no tardaron en incorporarse, y yo me acerqué corriendo a una valla pequeña, demasiado como para poder impedir su avance. Corrí hasta ella, apoyé mis manos sobre ella y salté elegantemente al otro lado. Miré atrás y parecía que los perros no se atreviesen a entrar, se quedaron en el perímetro de la verja, ladrando como unos hijos de perra. Pero yo no dejé de correr, el terreno se había vuelto ahora fangoso y resbaladizo. No dejé de correr, no hasta que pisé algo que se hundió, algo como hojas secas mezcladas con el barro. Me quedé enganchado, escuchando los ladridos a lo lejos. Ahora me pude dar cuenta de cuánto me dolía la tibia.
Miré a mi alrededor por primera vez. Acababa de entrar en un cementerio, descubrí sorprendido. Mi pie se acababa de hundir en una tumba. Mi mente pensó rápidamente en todo lo que le podía pasar a mi pie ahí abajo, siendo consciente de la situación en la que se hallaba el mundo. Saqué el pie de ahí como si fuese lo último que haría en mi vida, alarmado por la cantidad de ideas que me generaba.
Al fin, los perros parecieron marcharse. Debía hallarme en el cementerio del pueblo, lo cual me asustaba, aquella cosa que vimos a la entrada del pueblo podía estar cerca.
Todo se volvía muy tranquilo. Soplaba la brisa, menos molesta ahora con la sangre seca. Recuerdo que junto a Meatball planeábamos buscar un lugar donde descansar y lavarnos, pero ahora estaba solo. Quizás a esa lista de tareas debería añadir: “Intentar buscar a Meatball”. Juntos tendríamos muchas más posibilidades de sobrevivir.
Anduve por el cementerio, soltando vaho, temblando, incluso con la chaqueta de Meatball puesta, que me sobraba por todos lados, pero eso no importaba. Me llamaba la atención una especie de cuchicheos que se escuchaban a lo largo de todo el cementerio. Parecía gente hablando, pero de una forma mística, como si fuese una reunión sectaria en la que oraban y conjuraban hechizos mediante susurros.
Ese sonido me condujo hasta el suelo, me agaché intrigado al lado de una lápida, aparté unas pocas hojas y pude ver gente, no se si viva o muerta, pero parecían temblar, como si estuviesen en trance, agitándose como en un ataque epiléptico, pero más sutilmente. Me puse a remover más tumbas, impresionado por la situación, todas estaban igual, rellenas de alguien que parecía soñar muy poderosamente. Intenté despertar a alguien, pero descubrí que era imposible.
Finalmente, encontré dos tumbas más, una de ellas parecía abierta, me acerqué a ver qué ponía. “Cojones” Eso era lo que ponía, no me lo podía creer, mi corazón saltó, golpeaba mi pecho hasta hacerme creer que haría un agujero para escapar. Entonces oí un crujido de hojas secas detrás de mí. Me giré rápidamente.
¡Clonc! Recibí un golpe fortísimo en la cabeza y caí de espaldas en la tumba. Aturdido me retorcía de dolor en lo más profundo de mi propia tumba, una silueta oscura que se bamboleaba, apenas pude verla, mi vista se emborronaba. Recuerdo que me llevé la mano a la cabeza intentando mitigar el dolor y dije:
-Pero qué cojones…
Segundos después perdí el conocimiento.
-¡Meatball! –Me desperté gritando su nombre, no sé muy bien por qué. Esperaba levantarme en el cementerio, pero nada más lejos. Avanzaba mientras permanecía tumbado, alguien me arrastraba en camilla. Veía el techo del pasillo por el que se me conducía, era de azulejos blancos, muy sucios y rotos en su mayoría. El pasillo tenía luces, había electricidad, y fue lo primero que me llamó la atención.
¡Aaagh! Gritos espantosos provenían de todos los lados, se sucedían uno tras otro sin dejarme tiempo a asimilarlos. Intenté moverme, pero estaba amarrado a la camilla.
A mi alrededor, esto parecía un hospital devastado, pude ver dentro de una habitación, la que parecía un quirófano. Estaban las paredes llenas de sangre, se escuchó el sonido de una sierra eléctrica en marcha machacar un cuerpo, y posteriormente un grito que acabó ahogado en lo que parecía su propia sangre.
-¿Qué era eso? –Pregunté alarmado. –Contestadme, ¿Qué era eso? ¿Adonde me lleváis? ¿Dónde estoy? ¡Joder, contestadme, maldita sea! Para esto, detente. ¡No!
Me revolvía en la camilla, pero no podía soltarme, estaba bien aferrado por correas de cuero rugosas. Miré arriba, y pude ver el rostro destrozado de un enfermero que empujaba mi camilla, parcialmente tapado por una máscara y un gorro de médico. Vi sus manos cubiertas por guantes de látex.
Todo aquello se salía del contexto por completo, y nadie me contestaba, solo obtenía más gritos y sonidos de herramientas usados en personas, el brotar de la sangre, los lamentos de los pacientes de este hospital enfermo…
No encontraba ninguna respuesta. ¿Cómo había llegado hasta aquí? No podía saberlo. Aprecié que mi cuerpo estaba sondado, salían tubos de mis brazos, pero antes de poder fijarme mejor, se abrió una celda, me liberaron de la camilla y me lanzaron al suelo como si de un despojo humano se tratase.
-¡Eh! Vuelve aquí, cabrón. –Me agarraba a los barrotes, buscando una respuesta, pero yo no parecía existir para nadie, el enfermero me ignoraba. -¡Vuelve! Te voy a enseñar a sondarme mientras duermo ¡Hijo de perra! –Pero no me hacía caso.
Entonces me giré y vi que no estaba solo, compartía celda con un viejo que tenía el pelo gris y sucio, completamente destartalado, con un aspecto locuelo.
-Hola amigo, ¿Cómo te llamas? Parece que vamos a pasar mucho tiempo juntos. –Dijo el abuelo.
-Me llamo cojones ¿Y usted? ¿Sabe qué es todo esto?
-Me llamo Tortuga, puede que algún día te cuente por qué me llamo así. Lo siento chico, pero no se nada. Solo sé que llevo aquí mucho tiempo y que no se puede salir, la única forma de hacerlo es pasando por el quirófano. Pero claro, no es nada agradable, a nadie le gusta morir para servir de experimentos ¿Verdad?
-¿Experimentos? ¿Qué experimentos? ¿No habrá visto por casualidad a mi amigo? Ando buscándolo, se llama Meatball y es un tipo corpulento que está…
-¿Cubierto de sangre? Amigo mío, aquí casi todo el mundo está cubierto de eso. Pero has tenido suerte. Hay un chico nuevo, estoy seguro que es el que tú dices. Pero no se dónde está encerrado.
Me alivió saber que no estaba completamente solo, conocer a gente viva y ver que todavía había algún sitio del mundo con luz y electricidad. Solo que era un agujero infernal, lleno de enfermos mentales que mutilaban seres vivos. No sabía ni cómo había llegado a parar aquí ni qué se llevaba esta gente entre manos. ¿Qué podía hacer yo ahora? ¿Quién me podía asegurar que no sería el próximo en sentir la sierra en mis costillas? En cierto modo empecé a añorar la oscuridad.

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